“¿QUÉ INTERNACIONAL? ENTREVISTA Y DIÁLOGO CON ALFREDO COSPITO DESDE LA PRISIÓN DE FERRARA”. SEGUNDA PARTE



FUENTE: LA REBELIÓN DE LAS PALABRAS


 

El siguiente texto es de la segunda parte de “¿Qué internacional? Entrevista y diálogo con Alfredo Cospito desde la prisión de Ferrara”, parte de un debate que algunes compañeres están emprendiendo con el compañero anarquista preso Alfredo Cospito, publicado en invierno de 2019 en el periódico anarquista “Vetriolo” en italiano.

Pregunta: Analizando la historia del movimiento de les explotades, de les pobres, les oprimides y les proletaries, vemos que las ideas anarquistas nacen, se nutren y se desarrollan en estos contextos; por otro lado, la mayoría de les anarquistas también vienen de ahí (por supuesto, también hay excepciones). Estas ideas nacen principalmente durante el nacimiento y crecimiento del capitalismo industrial (indicativamente, desde principios del 1800 hasta la década de 1970), y hasta hace 40 años, las organizaciones de les explotades y de les trabajadores eran principalmente de masas, y los grupos anarquistas (y les individues que son parte de ellos) son también el fruto de esta era histórica. Con el advenimiento de la reestructuración capitalista en la década de 1980, seguida por un cambio drástico en el mundo del trabajo, incluso la acción y la organización anarquistas sufren cambios; estructuras menos rígidas, basadas en la afinidad y la informalidad, se oponen a las clásicas organizaciones de síntesis (o de masas). La nueva reestructuración tecnológica, principalmente basada en la robótica conducirá obviamente a otros cambios drásticos (desempleo masivo) y les nueves proletaries serán probablemente empleades en transportar bienes. En este contexto, en el que el empobrecimiento de les proletaries (y obviamente la explotación de animales humanes y no humanes y de la tierra) y la riqueza de les explotadores aumentarán, ¿sigue teniendo sentido hablar de lucha de clases?, ¿hay todavía márgenes que involucren, en la lucha por la destrucción de esta civilización tecno-industrial, a les explotades, les proletaries, les excluides? ¿Deberíamos probar o renovar otras formas de organización de la lucha?

Esta pregunta parte de supuestos lógicos al hacer que el método organizativo dependa de condiciones externas. Pero, para nosotres les anarquistas, no todo es tan simple, lineal y lógico porque, al no ser “políticos”, en nuestro caso, “los medios justifican el fin”, no viceversa. En consecuencia, si el capitalismo “se reestructura”, eso no debería cambiar nuestra manera de “organizarnos” porque es en los medios que usamos donde vive nuestra anarquía.

Nuestra fuerza es que la práctica anarquista de la informalidad y de los grupos de afinidad nunca ha estado tan cerca de la realidad como lo está hoy. Paradójicamente, no fuimos nosotres quienes se adaptaron a la realidad; fue la realidad la que se adaptó a nosotres. La realidad ha corrido hacia nosotres, haciendo nuestras prácticas extremadamente efectivas, que con el tiempo se han convertido en el ideal para desbaratar un sistema complejo y caótico como el que estamos obligades a sobrevivir en la actualidad. Solo una práctica simple, extremadamente reproducible e igualmente caótica, elusiva y adaptable como la informalidad y los grupos de afinidad pueden hacerlo. Estas formas de “organizarse” no son una adaptación a la “reestructuración capitalista” de los ’80: desde los tiempos de Cafiero y su “propaganda por el hecho”, siempre han estado en la base de la acción anarquista, tanto como para caracterizar a nuestras organizaciones de síntesis. Dentro de cada organización anarquista de síntesis que se posicionó de manera revolucionaria, hubo de hecho grupos de afinidad que actuaron informalmente, a menudo indicando el camino a seguir y reavivando la acción.

También es absurdo pensar que la lucha de clases ha terminado; estamos inmerses en ella hasta el cuello, pero a diferencia de ayer, la barbarización a causa del aislamiento tecnológic (que cada une de nosotres llevamos con nosotres) nos priva de una percepción real del fenómeno en su complejidad. Esta barbarización implica un retorno a las formas primordiales, salvajes (y por lo tanto más puras) del conflicto de clase. Las figuras de mediación como los “sindicatos” y los “partidos” son omitidas. En la parte del mundo más “avanzada” tecnológicamente, el sujeto social que una vez caracterizó a la clase oprimida, el “proletariado”, ha sido reemplazado por una clase indefinida y desesperada que no tiene consciencia de sí misma. Mientras tanto, el odio y la rabia se han acumulado, saturando el aire, haciéndolo irrespirable y listas para explotar al primer chispazo con la intensidad correcta. El poder es bien consciente de que a pesar de tener menos cartas buenas que nosotres en nuestras manos, las juega bien, alimentando conflictos entre les pobres. Pero son solo paliativos, solo ligeramente efectivos. Los sindicatos y los partidos de izquierda ya no funcionan. Su rol ha sido reemplazado por armas de distracción masiva como el racismo y el patriotismo. Pero, ¿cuánto va a durar eso? La estrategia de poner a les pobres en contra de les que son aun más pobres es miope. El empobrecimiento general, debido a la ola tecnológica y el consecuente desempleo, desactivará los racismos y los patriotismos, pero solo si jugamos bien nuestras cartas. En el tiempo necesario para establecerse y garantizar todos los ingresos de ciudadanía, el sistema estará expuesto, casi desarmado, a nuestros ataques. En ese momento, el odio alcanzará su clímax y quizás sea el momento adecuado que, en este desafortunado país, la ira se dirija hacia las personas realmente responsables de la miseria: el Estado y los amos.

Además, la locura popular de la soberanía está socavando la democracia parlamentaria desde sus fundamentos. Este tipo de «populismo» produce empujes contrastantes e irracionales que son difíciles de manejar para les que los activaron. Hoy, la posibilidad de que nuestra acción abra una brecha se ha vuelto real. Debemos tener las ideas claras, convicción y tenacidad para cambiar el odio, para abrir los ojos de les explotades. La voluntad y la determinación pueden hacer retroceder el reloj de la historia, haciéndonos comenzar de nuevo desde donde comenzamos a perder esas dos cualidades irreemplazables. Hace un siglo, fuimos abrumades por la fuerza de un “comunismo” autoritario que nos envenenó con sus frutos, “socialdemocracia” y “dictadura del proletariado”, los cuales, con su brutalidad, acabaron con el “mito” de la revolución social, del “sol del futuro” y de la anarquía como perspectivas concretas para la liberación total. Argumentamos en nuestra «modernidad» que no necesitábamos «mitos», pero así matamos a la utopía, la mejor arma que tuvimos para subvertir este mundo. Históricamente, nos hemos centrado demasiado en la racionalidad, en la ciencia, descuidando los instintos de revuelta, los sentimientos, las pasiones subyacentes al humano.

Hemos perdido de vista “la posibilidad de hacerlo” y esto nos ha enfurecido tanto que no reconocemos, por ejemplo, la grandeza del gesto de uno de nuestres hermanes, Mikhail Zhlobitsky, que se inmoló con una bomba en el cuartel general de la FSB de Arkhangelsk para vengar a sus propies compañeres, torturades por la policía rusa. Este joven compañero ha adquirido hoy el valor fundacional de una anarquía vital, lista para jugar con todo para liberar este mundo. Las cosas están cambiando deprisa; les anarquistas están despertando de su letargo. Estamos siendo testigos de fenómenos que eran impensables hasta hace unos pocos años, por ejemplo la extensión del comunismo anarquista en un país como Bangladesh donde el papel principal de la clase trabajadora sigue fuerte (por cierto, es prematuro hablar sobre el fin de la clase trabajadora, ya que gran parte del trabajo humano en el hemisferio sur será más barato que el de los robots). Estamos siendo testigos del pasaje desde los tráficos fracasos del comunismo de Estado a las esperanzas del comunismo anarquista. Una parte importante de una población entera, la kurda, parece haber adoptado una suerte de “socialismo libertario”, ecologista y feminista.

Más cerca de mi visión de la práctica anarquista, la tendencia informal se “organiza” en medio mundo a través de campañas internacionales convocadas por grupos de afinidad, que golpean como un leopardo de manera caótica y nihilista. El aire está saturado de electricidad, esta tensión se siente incluso en esta celda. Convencides, como yo, de que nos dirigimos inexorablemente hacia una «tormenta perfecta», no podemos dejar de lado ninguna hipótesis de lucha. Mucho menos podemos renunciar a la violencia en todos sus matices y graduaciones. Somos relativamente pocos, el tiempo a nuestra disposición es limitado, solo tenemos que jugar bien nuestras cartas y dejar de lado los falsos moralismos y las dudas. Si queremos tener al menos una posibilidad, debemos ser portadores de una visión más abierta, no desperdiciar energía preciosa pisoteando nuestros pies unes contra otres.

Me preguntais si debes experimentar o renovar formas de organización de la lucha; Sería más que suficiente si todes pusieran en práctica su planificación con convicción, tenacidad y coherencia. Ya sea desde una perspectiva social o antisocial, a través de la organización informal o específica de síntesis o individualmente, el único factor discriminante desde mi punto de vista para evitar ser un instrumento de les reformistas es la violencia insurreccional. Debemos comenzar de inmediato, ahora, a practicarla, cada une de acuerdo con la intensidad necesaria para nuestra propia planificación. Una estrategia que no incluye la confrontación directa, armada con el poder, está destinada a la recuperación, el fracaso y la derrota. Esta recuperación tiene muchos nombres y justificaciones: «gradualismo», «post-anarquismo», últimamente Negri y Hardt han producido otro, teorizando un «reformismo antagónico». Las habituales sirenas que justifican nuestros miedos, que alimentan nuestra resignación, haciendo un gran servicio al poder. Para evitar cualquier forma de recuperación, sería suficiente actuar como anarquistas. Las atrocidades que claman por venganza son infinitas; Debemos demostrar con la acción que el rey está desnudo, que el maestro puede y debe sangrar. En compañía o a solas, golpea y apunta bien. Si nuestro discurso quiere convertirse en «subversión social», es necesario volver a ser «reconocibles» y «creíbles».

El «reconocimiento» se puede obtener a través de la práctica arriesgada, clara y directa de las acciones reivindicadas, con o sin acrónimos. O de aquellas acciones anónimas que son inmediatamente reconocibles por los objetivos que golpean o por el modus operandi de la acción en sí. Igualmente claro y directo puede ser el fragmento anarquista de una procesión que choca con el servicio de policía, un bloque, una barricada en llamas que lleva la guerrilla a la metrópolis. Una A circulada dibujada junto a un cuartel en llamas habla tan claramente como una reivindicación. Si nuestro objetivo es el de la «subversión social», la comunicación con otres oprimides se convierte en una prioridad, y todes comprenden quiénes somos y lo que queremos. Nuestros medios, revistas, libros, sitios web… no son suficientes. Tienen un fuerte significado en la profundización, en la mejora de nuestra visión de la realidad, en el fortalecimiento del análisis, en el conocimiento y, por consiguiente, en el desarrollo de nuestras prácticas, pero no pueden afectar a la cortina de silencio que el poder erige en defensa de la «democracia totalitaria». Un silencio, el de la democracia, hecho de un ruido ensordecedor de opiniones interminables que se anulan entre sí. Solo las acciones destructivas logran romper esa charla y, a través de ellas, nuestras palabras adquieren un valor real, logrando llegar con fuerza y concreción. La televisión, los periódicos, las radios, los sitios web se ven obligados a hablar de ello, enviando nuestro mensaje alto y claro, incluso a aquelles que nunca soñaron con cuestionar lo existente. Estamos hablando de hechos y palabras que llegan a millones de mujeres y hombres. No es absurdo pensar que algune de elles puede, de este modo, tomar conciencia y convertirse en nuestre cómplice. Eso sería suficiente para darnos una oportunidad más.

La “credibilidad”, en cambio, viene dada por la coherencia entre pensamiento y acción. Para aquelles que se aproximan a nosotres, nuestra extrañeza a los líderes, a las jerarquías y al sexismo de cualquier tipo debe ser clara. Aquelles que se aproximen a nuestras prácticas deben saber con certeza que nunca negociaremos con el poder y que no dejaremos solo a nadie ante la represión. La “credibilidad” de conquistar también a través del coraje y la coherencia que demostramos individualmente cuando las cosas se ponen feas. Una vez arrestades, a costa de ser aislade y aplastade por una represión implacable, no nos demos por vencides. Pero sobre todo consiste en la confianza que ganamos en el campo. Quien se una a les anarquistas debe tener la certeza de que nunca traicionaremos la palabra dada y que nos costará los objetivos que nos hemos fijado o sucumbiremos a ella.

El “reconocimiento” y la “credibilidad” nos costarán lágrimas y sangre y solo pueden ser alcanzados a través de la tenacidad desesperada. Quien se llena la boca con la “guerra social” debe necesariamente tomar nota de ello y prepararse para la guerra. Ha llegado el momento de revivir la “anarquía vengadora”, de volver a dar miedo. Por más difícil que parezca, es necesario tener éxito en reunir la sugerencia del «mito» con el reflejo de la «planificación». Solo así la «revolución» volverá a ser una posibilidad real para millones de personas explotadas, perdiendo su connotación de «espera por los tiempos maduros» que hoy hace que sea una palabra vacía y enemiga. A través de la revuelta individual, cada une de nosotres, en grupos o a solas, paso a paso, un ataque a la vez dará nueva vida a la idea de revolución, dándole un sentido concreto y anárquico.

Pregunta: Les anarquistas históricamente han “intervenido en lo social”, como diríamos hoy, con ideas claras y acciones necesariamente violentas, en diferentes áreas y contextos. En la historia, siempre han creado temor, terror y preocupación tanto para las clases privilegiadas como para cada autoridad, gobierno o institución y, naturalmente, también para todos esos componentes políticos autoritarios revolucionarios. Hoy, de forma similar al nivel de violencia que el capitalismo pone en práctica en la guerra permanente y en la sociedad tecnoindustrial, la respuesta de la rebelión debería ser mayor de lo que es. Sin embargo, si por un lado encontramos a nivel social las luchas ciudadanas que ya comienzan con un cierto tipo de orientación política y también al margen del antagonismo que pone en práctica lógicas de recuperación del conflicto social tales como la candidatura política, la negociación institucional, la regularización (de las casas okupadas), derivas autoritarias, huelgas pacíficas, proporcionando una buena plataforma costera en la que el sistema puede contar con apoyo, por otro lado, también hay un movimiento de oposición radical y solidaridad viva, a pesar del hecho de que en los últimos años ha habido una disminución y una reducción del conflicto, incluso por parte de les anarquistas. Lo que más preocupa, y de lo que nadie está exente, es la condición de pérdida y falta de preparación que regresa a pesar de los momentos y oportunidades interesantes en algunos contextos de lucha. Las expresiones, como «intervención en la lucha social» o «lucha real», se han convertido en juegos semánticos, palabras que a veces pueden justificar una política secular, alternativa y asociativa entre muchas otras. En tu opinión, ¿no debería interesar a les anarquistas, revolucionaries, liderar e impulsar un nivel deseable de confrontación y conflicto con el Estado, contra la propiedad privada, con medios y prácticas violentas, en lugar de buscar mediadores estratégicos y políticos con la sociedad civil legalista e institucional?

Respuesta: Solo puedo estar de acuerdo con vosotres y responder «sí» a vuestra pregunta. Voy más allá al decir que el primer muro que encontramos para defender el sistema son precisamente estas lógicas de recuperación, estos «mediadores políticos y estratégicos», como vosotres los llamáis. Aceptar la lógica ahora mismo de que este muro se está agrietando es más suicida que nunca y, a pesar de todo, incluso hoy, en este período de crisis sistémica, muches «anarquistas y revolucionaries» caen en la trampa sin siquiera darse cuenta. Cada vez que evitamos los enfrentamientos callejeros porque se decidió un desfile «comunicativo» en la asamblea. Cada vez que durante la huelga, une se somete a las decisiones tomadas por les representantes de la «base», evitando el choque violento «suicida» con la policía. Cada vez que los medios se mueven hacia la paz con el fin de mantener su hogar o centro social okupado, este muro se fortalece. En la base de este refuerzo está el continuo aplazamiento del conflicto violento y armado con el sistema. Debemos encontrar el coraje para enfrentar a la mayoría de nuestres compañeres y asumir la responsabilidad de elevar el nivel de confrontación. Solo el ímpetu rabioso de la iniciativa individual, que pasa por alto la “racionalidad” de las reuniones, puede darnos esta fuerza, derrotando dudas y temores. Pero la fuerza y el coraje no son suficientes, también se debe tener cierta lucidez. A pesar de las oportunidades que nos brindan los tiempos, no podemos aprovechar las ventajas de las oportunidades que se nos presentan. Nuestros esfuerzos deben ser dispersados; Estamos al frente de cualquier conflicto, choque callejero; en muchos casos, somos nosotres con nuestra decisión e iniciativa de fortalecer los «movimientos», pero luego los frutos son recolectados por otres. Nuestro mensaje aparece borroso; no puede tomar vuelo. Cada vez es más nuestra acción hacer visibles estos movimientos y fortalecerlos, ¿pero entonces? Es como si faltara algo y eso, desde mi punto de vista, son las acciones armadas que deberían, de manera clara y puntual, estar al lado, incluso en diferentes tiempos y espacios, de las diversas luchas, dando más espacio a nuestro mensaje, a nuestra lucha en la calle.

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