UN ALBAÑIL CATALÁN, EL PRIMER DESAPARECIDO DE LAS DICTADURAS ARGENTINAS

Poco y nada se sabe en España de la historia de Joaquín Penina, un joven anarquista nacido en Gironella (Catalunya) que fue detenido, fusilado y enterrado de forma clandestina en Argentina en 1930. La desaparición ocurrió a los pocos días de consumarse el golpe militar del general José Félix Uriburu (1930/1932), la primera de todas las sangrientas interrupciones democráticas que sufrió este país latinoamericano en el siglo XX. En septiembre se cumplieron 90 años de este olvidado crimen de Estado.

 

“¡Viva la anarquía!”. El grito de Joaquín Penina se diluyó en medio de la inmensidad del río Paraná, en Rosario, Argentina. Nadie lo escuchó. Fueron sus últimas palabras antes de ser asesinado a pocos metros de la barranca. La frase martirizó al subteniente Jorge Rodríguez, el policía que ordenó los disparos, a lo largo de toda su vida. Confesó aquel crimen, aquella ejecución, ya retirado de la fuerza policial. No pudo olvidar ni el grito, ni la entonación —firme, vehemente, apasionada— con la que Penina se despidió de este mundo. “Fue un valiente hasta el último momento”, murmuró ante los subordinados que lo acompañaban.

La víctima de aquel fusilamiento seguido de desaparición (el cadáver fue enterrado en forma clandestina) era oriundo de Gironella, una aldea de la comarca de Berguedá, en Catalunya. Penina era albañil y anarquista. Llegó a Rosario con 20 años. Los historiadores que indagaron en su vida reconstruyeron dos posibles motivos de su migración: problemas con la dictadura de Primo Rivera (1923-1930) o la necesidad de escapar de su pueblo para eludir el servicio militar obligatorio.

Tenía 29 años cuando fue asesinado. Su trágica historia forma parte del hostigamiento y la persecución que sufrieron muchos catalanes que emigraron a Argentina en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. La catalana fue una pequeña —pero muy combativa— comunidad que sentó las bases del anarquismo argentino.

“La presencia de catalanes en el anarquismo argentino será muy significativa durante el primer tercio del siglo XX, hasta el punto de que la mayoría de los líderes libertarios serán de origen catalán. La influencia del anarquismo sobre el movimiento obrero argentino será muy importante hasta la dictadura de Uriburu”, explica el historiador Xavier Tornafoch i Yuste, profesor de la Universidad de Vic. El corolario de esos largos años de activismo anarquista de los catalanes en Argentina —concluye este académico— fue el secuestro, desaparición y muerte de Joaquín Penina.

Primero, lo torturaron. Luego, lo interrogaron por el mimeógrafo que estaba en su casa, donde, supuestamente, se imprimía la “propaganda subversiva”

El fusilamiento ocurrió la noche del 10 de septiembre de 1930. Aunque empezó a gestarse un día antes, el 9 de septiembre, solo 72 horas después de producirse el golpe Uriburu. A Penina se lo llevaron del altillo que alquilaba en la calle Salta, 1581, en el centro de Rosario. Dividía sus días entre la albañilería (colocaba mosaicos en pisos y paredes), la militancia (muy activa en la Federación Obrera Rosarina) y la lectura, su gran pasión. En su altillo tenía una biblioteca que había construido con sus manos. Todos los anarquistas de Rosario conocían aquellas estanterías. Solía prestar sus libros a sus compañeros de militancia.

Penina era, además, el encargado de repartir el periódico La Protesta, el órgano escrito de la Federación, y de distribuir la literatura anarquista que desde España recibía la Guilda de Amigos del Libro, un colectivo en el que también militaba.

Lo detuvieron junto a dos amigos, el carpintero italiano Victorio Constantini, su compañero de piso; y Pablo Porta, otro catalán, quien estaba, de casualidad, en el altillo cuando llegó la policía. Se los acusaba de imprimir y difundir propaganda anarquista contra Uriburu.

Fueron alojados en una celda de la Jefatura. El teniente coronel Rodolfo Lebrero, a cargo de la Policía de Rosario, los amenazó al enterarse de las acusaciones que pesaban en su contra. “Los vamos a tener que fusilar”, les dijo. La Junta Provisoria del flamante gobierno de facto autorizaba a pasar por las armas “sin forma alguna de proceso” a quien atentase “contra los servicios y seguridad pública”.

Cuatro conscriptos lo enterraron en la fosa 450 del cementerio La Piedad. Su cuerpo nunca fue encontrado ni exhumado.

Porta y Constantini fueron llevados a otra dependencia policial. El comisario a cargo se negó a acatar la orden de fusilamiento. Permitió que se fugarán por una puerta trasera. Penina no corrió la misma suerte. Primero, lo torturaron. Luego, lo interrogaron por el mimeógrafo que estaba en su casa, donde, supuestamente, se imprimía la “propaganda subversiva”. Lo subieron esposado a un camión junto al subteniente Jorge Rodríguez —quien esa noche estaba como oficial de guardia— y otros cuatros uniformados.

El vehículo se dirigió hacia la barranca sur de la ciudad. Recorrió varios kilómetros. Detuvo la marcha al cruzar un puente. Rodríguez bajó a Penina por la fuerza y lo obligo a caminar hacia el río. Uno de los policías se quedó con sus pertenencias una vez consumado el fusilamiento. Tenía poco y nada en sus bolsillos: dos galletas, un trozo de papel de diario y un giro por cinco pesetas que iba a enviarle a su hermano. Días más tarde, otros efectivos vaciaron el altillo de calle Salta. Todos los libros fueron quemados.

El cadáver de Penina fue conducido esa misma noche a la morgue, pero los empleados se negaron a inhumarlo por falta de papeles que acreditaran su identidad. El teniente coronel Lebrero firmó un escrito que ordenaba sepultar el cadáver como NN. Cuatro conscriptos lo enterraron en la fosa 450 del cementerio La Piedad. Su cuerpo nunca fue encontrado ni exhumado.

La memoria colectiva de Argentina tiene olvidado al apellido Penina

La Policía de Rosario emitió un falso parte informativo sobre lo ocurrido aquella noche. El escrito sostenía que Penina había sido detenido por “averiguación de antecedentes” y “puesto en libertad” horas más tarde. “Actualmente se ignora su paradero”, concluía el comunicado.

Constantini y Porta, volvieron a sus países, Italia y España, respectivamente, tras aquella detención. Fue por el testimonio de Porta que en el pueblo natal de Penina se enteraron de lo ocurrido. Su familia nunca pudo viajar a Argentina para reclamar el cuerpo.

La memoria colectiva de Argentina tiene olvidado al apellido Penina. En los ochenta, la colectividad catalana de Rosario colocó una placa homenaje en el frente del altillo. Sin embargo, la lámina de metal fue quitada con el paso del tiempo. En 1995, una ordenanza del Concejo Municipal de Rosario renombró a la conocida calle Regimiento 11 (en la zona sur) con el nombre de Joaquín Penina. Pero pocos carteles, salvo los de las primeras veredas, fueron cambiados.

El poeta y escritor Aldo Oliva reconstruyó su asesinato en la década del 70 en el libro ‘El fusilamiento de Penina’

“No es llamativo que su historia sea desconocida, aun siendo el primer desaparecido de las dictaduras militares argentinas, porque, lamentablemente, la historia oficial siempre la escriben los que tienen el poder. Habrá que seguir haciendo esfuerzos para que Penina forme parte de la memoria colectiva de Rosario y Argentina. Pero de algo estoy seguro: este joven catalán forma parte de la memoria social de este país”, reflexiona Carlos Solero, docente de Sociología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y militante anarquista de la Biblioteca Alberto Ghiraldo de esa ciudad.

Los detalles del fusilamiento de Penina salieron a la luz por una investigación periodística. El poeta y escritor Aldo Oliva reconstruyó su asesinato en la década del 70 en el libro El fusilamiento de Penina. Pero la publicación nunca llegó a las librerías. El 25 de febrero de 1977, la dictadura de Jorge Rafael Videla (1976-1983) ordenó destruir los 80.000 libros que estaban guardados en el depósito de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, incluyendo la tirada completa unos tres mil ejemplares de la investigación de Oliva.

El autor no conservó los originales. Murió en 2000 sin ningún libro en su poder. En 2003, un exempleado de la biblioteca encontró un ejemplar en una caja de papeles viejos. Se lo entregó al hijo del escritor, quien se encargó de reeditarlo. Fue publicado y comercializado por El Viejo Topo, una editorial catalana. El realizador audiovisual argentino Diego Fidalgo acompañó y registró ese proceso en un documental llamado Hombres de ideas avanzadas que se puede ver en esta misma página.

La muerte de Penina —plantea Tornafoch i Yuste— se convirtió en uno de los mitos del anarquismo a ambos lados del Atlántico: en Argentina, a través de las denuncias periodísticas; y en España gracias a los homenajes que le ofrecieron las primeras figuras del anarquismo ibérico, como Federica Montseny, futura ministra de la Segunda República y la primera persona que en 1931 denunció el caso a más de 10.000 kilómetros de distancia.


Andrés Actis
@ActisAndres
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