En una fría noche de marzo, se lanzó una carta bomba contra la embajada de Bielorrusia en el distrito de Montesacro de Roma, en la Via delle Alpi Apuane.
Sabemos que las agencias de prensa asumieron que se trataba de un gesto vinculado a la connivencia del régimen bielorruso con el ruso en la guerra en curso en Ucrania. No es sólo eso. El servilismo del gobierno de Lukashenko, dictador del país desde 1994, hacia su amigo Putin es innegable; a pesar de ello, tenemos claro que esto, como siempre ocurre cuando los Estados y sus respectivos intereses chocan, es una guerra entre potencias para redefinir nuevos equilibrios geopolíticos, para repartirse nuevas/viejas esferas de influencia económica, militar y política. Esta guerra, empapada de sangre y que siembra la muerte, es responsabilidad de Bielorrusia, Europa, la OTAN, Rusia y el propio gobierno ucraniano. No hay bandos en este tipo de guerra, salvo en el lado de los que desertan, los que resisten y los que contraatacan a los verdaderos enemigos.
El régimen autoritario de Lukashenko, entre otras cosas, fue responsable de la brutal represión de los levantamientos espontáneos y descentralizados en Bielorrusia en vísperas de su enésima «reelección» en agosto de 2020. Tras miles de detenciones, palizas, torturas, violaciones y algunos asesinatos, cuando muchos de los más activistas sublevados estaban en la cárcel o se veían obligados a exiliarse, el régimen cambió su estrategia, permitiendo grandes manifestaciones semanales en la capital, Minsk, al tiempo que aplastaba a los grupos autoorganizados en las provincias. El mito de la protesta pacífica y las sirenas recuperadoras de la no violencia hicieron el resto: la creencia de que las marchas masivas inducirían a Lukashenko a abdicar del trono terminó por apagar la chispa que había desencadenado la ira de tantos.
Los anarquistas de Bielorrusia llevaban ya varios años bajo el ojo de la represión del régimen, y muchos compañeros que se habían escondido en el extranjero decidieron volver a los levantamientos y a la lucha, formando sus propios grupos. Entre ellos, Igor Olinevich, Dmitry Rezanovich, Segej Romanov y Dmitry Dubovsky son cuatro compañeros que fueron detenidos por orden del KGB bielorruso en otoño de 2020 cerca de la frontera con Ucrania, y que luego fueron torturados para obtener confesiones. Al final de un juicio simulado, fueron condenados a entre 18 y 20 años de prisión por posesión de armas y actos de terrorismo, relacionados con ataques incendiarios contra coches y oficinas pertenecientes a los órganos de represión. Se trata de las mayores condenas impuestas en la historia de la Bielorrusia postsoviética.
Este gesto nuestro está dedicado a ellos, y a todos nuestros compañeros que siguen luchando dentro y fuera de la cárcel.
Por los presos asesinados durante la revuelta de marzo de 2020 en las cárceles italianas, que aún claman venganza.
¡Por la solidaridad internacional!
¡Por la anarquía!
FUENTE: INFERNO URBANO
TRADUCCIÓN: ANARQUÍA