Hace ya unas décadas que se habla de abandonar el concepto cataclísmico de revolución, que la interpreta como un momento breve de insurrección general que, de una manera no muy clara, no sólo destruye el poder (político y económico, supuestamente) sino que además instituye un orden nuevo sin jerarquías. Este concepto de revolución, lamentablemente, es heredero de revoluciones fallidas, desde la comuna de París hasta la revolución rusa. El concepto por el que se ha reemplazado es por un concepto de revolución que la piensa como un proceso extendido en el tiempo, de progresiva construcción de espacios, instancias y dinámicas (en una palabra, instituciones) que estén en condiciones de operar de otra manera, de modos anarquistas y comunistas, y que además puedan ampliar progresivamente sus ámbitos de operación, con el fin de alcanzar la mayor cantidad de personas. Esta noción de revolución puede llamarse, para utilizar el término de los anarcopacifistas alemanes de los 70, una revolución desde las raíces del césped (Graswurzelrevolution; grassroots revolution en inglés) o, simplemente, una revolución de base.
El concepto central de una revolución de base es el de política prefigurativa[1]. Dicho de manera breve, con esto se quiere decir que la praxis anarquista debe todo el tiempo prefigurar la sociedad en la que queremos vivir en cada espacio y en cada instante. No debemos pensar en dos momentos que son ontológicamente distintos, el momento prerrevolucionario y el posrevolucionario, como dos que no tienen nada que ver uno con el otro. Debemos, de hecho, siempre hacer todo lo posible para que las dinámicas con las que operamos ahora reflejen lo que queremos para el futuro. La propuesta de las políticas prefigurativas contrasta con la idea, propia de teorías como la marxista-leninista, que piensan que antes de haber llegado al “resultado final”, son tolerables toda una serie de dinámicas que son precisamente opuestas a ese resultado: por ejemplo, cuando los bolcheviques justificaron, como modo de lograr el comunismo, una economía basada en mercado y producción de mercancías, y un Estado hiperjerárquico. De este modo, la política prefigurativa se resume con esta frase de Murray Bookchin: “No puede haber separación entre el proceso revolucionario y el objetivo revolucionario”[2].
Pese a la renovación de nuestro concepto de revolución, se habla poco de cómo repercute él dentro de la praxis del anarcofeminismo, específicamente en su versión más sofisticada y actual, el anarcofeminismo queer, o simplemente, anarquismo queer[3]. El anarquismo queer, como se sabe, no es una rama separada del comunismo libertario, sino que simplemente enfatiza que la lucha contra el capitalismo y el Estado, también debe incluir una lucha contra el patriarcado. El patriarcado, por cierto, entendido en su sentido más amplio, como cualquier intento de imponer patrones o estilos de vida a los sujetos a través de coacción (física, psicológica, institucional, social, etc.). La lucha contra el patriarcado se traduce en la lucha por la abolición de sus categorías fundamentales que son, precisamente, las que permiten que exista la opresión: abolición del sexo/género, abolición de la orientación sexual, abolición de la norma relacional (o norma gámica), etc. ¿Cómo operar prefigurativamente respecto de la lucha antipatriarcal en particular? Hay dos modelos bastante populares en la praxis “feminista” que, precisamente, no proceden prefigurativamente: el liberal y el del autodenominado “feminismo radical”. Revisemos brevemente estas dos posiciones para luego indicar la nuestra.
Una tendencia que avanza en la dirección contraria de la abolición del género y de la orientación sexual, consiste en las políticas asimilacionistas que son promovidas, incluso, por un porcentaje importante del activismo feminista y LGBTIQ+. Desde esta perspectiva, lo que habría que hacer radicaría en integrar a los grupos marginados y explotados históricamente, con el fin de dignificar su existencia y eliminar su posición de oprimidos dentro de la sociedad. Lamentablemente, el promover estas políticas ha tendido significado, más bien, una ampliación y complejización del patriarcado, más que en su eliminación. La política que intenta integrar, al momento de hacerlo, margina. Cuando, a partir de las políticas de ciertos colectivos, ser gay o lesbiana se convirtió en una cosa, dentro de todo, aceptada en países desarrollados occidentales (cuando gays y lesbianas pudieron tener programas de televisión, protagonizar películas, etc.), lo que ocurrió realmente fue que se construyeron estándares nuevos que ahora gays y lesbianas debían seguir. Antes ser gay era motivo de exclusión, por el mero hecho de serlo. Ahora, ser gay es aceptable siempre y cuando seas un hombre blanco, de clase media alta, en forma, que viste bien; excluyendo otras “formas de ser gay”, que ahora han resultado más aislados, porque los integrados ahora ya no forman parte de los oprimidos. Lo mismo ha pasado con la situación de las personas trans. En la última década, de la mano de medios de comunicación masivos y grandes productoras audiovisuales y, por supuesto, como efecto del bienintencionado activismo LGBTIQ+, se ha aseverado que la gente trans debe participar de la sociedad, ser integradas, protagonizar películas, tener sus programas de televisión, etc. Mas, nuevamente, esto ha generado nuevos estándares para la gente trans: las personas trans tienen que seguir aguantando que se les pregunte sin vergüenza alguna si se han operado o si están en tratamientos hormonales. Por otra parte, la inclusión de personas trans que han logrado el cispassing (es decir, básicamente, que personas en la calle no “se darán cuenta que es trans”), ha hecho que quienes no tienen ambición de lograr tal cosa (o no pueden) se vean como sujetos marginales y reprobables, al no ser “como las personas trans deberían ser”. Estas marginaciones, obsérvese, son resultado de la existencia de los estándares y no que estos sean demasiado estrechos. Cada intento progresivo con el que se estira el estándar del género o de la orientación sexual, tiene por origen mayor marginación. La proliferación y reconocimiento, incluso, de “nuevos géneros” (no binario, agénero, genero fluido, etc.) sigue razonando dentro de la misma lógica. Algo que podía ser tan negador del género, precisamente por su carácter vacío, como el no-binarismo, hoy en día ha sido asimilado como un género nuevo, que ha hecho posible que las personas no-binarias tengan que seguir escuchando epítetos como “no pareces no-binario” o “¿por qué eres no binario pero usas pronombres masculinos/femeninos y no neutros?”, etc.
Por otra parte, la “praxis política”, para ser generosos con el autodenominado feminismo radical, se ha perfilado en la práctica como una serie de propuestas que buscan construir espacios separatistas (solo de mujeres), mientras que se dedican a hostigar a personas trans (sobre todo mujeres trans)[4]. Hay mucha tela que cortar sobre este tema, así que me limitaré a hacer sólo un par de observaciones. Cuando la feminista “radical” se burla de una mujer trans llamándole “hombre con vestido” o “macho disfrazado”, lo que realmente está haciendo es criticar algo que, realmente, si el género estuviera abolido, sería totalmente aceptable (a saber, que quien quiera, pueda de hecho, usar vestido). Las feministas radicales que, supuestamente, aspiran a abolir el género, manifiestan resistencias cuando ven a una persona de la cual, se espera que se comporte masculinamente, hacerlo de otra manera, exhibiendo el carácter para nada prefigurativo de su proceder . Por otra parte, bajo la forma de una “crítica a la feminidad”, el feminismo radical ha contrabandeado el patriarcado al establecer modos legítimos de ejercer el “ser mujer” y modos ilegítimos, pese a que, nuevamente, en un mundo con género abolido, cualquier persona podría usar maquillaje, falda, vestido, pantalón, tacones o esmalte de uñas si quisiese. Detrás del discurso “abolicionista” lo que hay detrás es meramente un paternalismo patriarcal de carácter totalitario. Sin mencionar, que cuando las feministas radicales presentan su “idea” de renegar de la feminidad, blanquean lo masculino como lo “carente de género”, que es lo que motiva que esas feministas usen ropas y cortes de cabello asociados, en el fondo, a la masculinidad. Habiendo tantas combinaciones posibles que escapan de los estándares tanto masculinos como femeninos, de todas maneras se inclinan por lo masculino.
La praxis prefigurativa anarquista queer realmente no es difícil de imaginar, pero es fundamental aplicarla dentro de todos los espacios y dinámicas, anarquistas o no, si es que queremos avanzar en la dirección de un cambio de mentalidad. Parte de cambiar las dinámicas sociales patriarcales implica mostrar que, de hecho, hay otra manera de hacer las cosas. Y aquí aparecen disposiciones que cada activista debe tener respecto de sí mismx, como para con el resto de personas. Si nuestra intención es abolir el género, la orientación sexual y la norma relacional, lo que es básico radica en no cuestionar las presentaciones en público de nuestrxs compañerxs, se vistan como se vistan, hablen como hablen, estén con quién estén (o con cuantos quieran estar). Podrá sonar una minucia, pero las personas trans saben bien cómo el interés en respetar su decisión de vida con cosas pequeñas, por ejemplo, preguntando sus pronombres en lugar de suponerlos, puede hacer una gran diferencia. El no presuponer que la otra persona es heterosexual, y, en todo caso, no sorprenderse porque no lo sea, también es algo a tener en cuenta. De hecho, debemos ya aceptar que el hecho de que una persona esté con una persona del género opuesto no significa que sea heterosexual, ni tampoco lo contrario. Es fundamental evitar toda forma de etiqueta; no suponer que nuestrx compañerx encarna una categoría preexistente, sino que ellx mismx es su propia categoría. El trabajo personal que tenemos que hacer respecto de nuestro entorno consiste en la radical aceptación de los estilos de vida, y poder transmitir que somos espacios seguros para lxs compañerxs de las distintas disidencias. Por cierto, y esto no debe pasarse por alto, las disidencias tampoco deben universalizar su experiencia a otras disidencias, porque eso es una puerta abierta a construir nuevas normas, aunque sean normas de disidencias. Naturalmente estas prescripciones pueden ser virtualmente infinitas, por lo que, realmente, lo mejor que puede hacerse es que, cuando se constituya un espacio, esto se tematice, de modo de que cada participante pueda tener una noción sobre cuáles son los modos no patriarcales de proceder y cada quien pueda expresar su punto de vista con cómo esto debe llevarse a cabo de mejor manera. De este modo estamos constituyendo espacios que son seguros para todas las personas, y que prefiguran un mundo sin patriarcado.
Respecto de las prácticas más personales, y esto, naturalmente, está vinculado con los tiempos de cada individuo: si se constituyen espacios libres de opresión patriarcal, es una oportunidad para experimentar, para desplazar nuestros propios límites. Las dinámicas patriarcales se despliegan de dos formas: no sólo se transmiten estándares, sino que además se impone permanentemente que los estilos de vida operen bajo normas fijas, claras, evitando siempre la incoherencia, la ambigüedad, la exploración, la resignificación constante, etc. Es razonable pensar que mucho del modo en que somos responde a que nos han criado en esta dinámica prescriptiva y normalizadora. La invitación, y como toda invitación puede o no ser correspondida, es a explorar y explorarse. Explorar lo que está fuera de los límites del género, de la orientación sexual, de la monogamia obligatoria, del placer, de los modos de expresión, de vestir, de sentir, etc.
Lo que se ha dicho es breve. Realmente la única idea que debe quedar es que, cuando hagamos política prefigurativa, es decir, cuando hagamos espacios horizontales, democráticos y asamblearios, basados en la solidaridad, donde circule el apoyo mutuo y las dinámicas del regalo, no debe faltar la praxis prefigurativa anarco-queer: no debe faltar la radical aceptación de los estilos de vida y la determinación de no hacer circular nuevas categorías o clasificaciones ahí donde sólo queremos vivir como más nos acomoda personalmente.
Madelyyna Zicqua
Notas
[1] Véase, por ejemplo, el texto de Jeff Shantz, “Futuros anarquistas en el presente”, disponible en este portal.
[2] Murray Bookchin, “Las formas de la libertad”.
[3] En caso de que se quiera saber más sobre el anarquismo queer, existe toda una obra en inglés dedicada al respecto, titulada Queering Anarchism. También puede verse mi trabajo “Lucha trans y anarquismo queer”, disponible en este portal.
[4] Se presume una crítica al feminismo radical en el texto de Tía Akwa, “Anarcofeminismo y separatismo”, disponible en este portal.
FUENTE: PORTAL LIBERTARIO OACA