Una vez más la institución carcelaria intentó disuadir y entibiar las convicciones rebeldes ordenando mi traslado al Centro de Ejecución de Sanciones Penales. Esto se llevó a cabo en colusión con el Juzgado 43 Penal, el cual envió la resolución determinante de que no podía permanecer en el Reclusorio Norte luego de ser ejecutoriado. La anterior administración, con el director Rafael Oñate Farfán al mando, tuvo muchos motivos al ver en peligro sus intereses ante las constantes agitaciones y protestas al interior de la cárcel, sin embargo, sabían que al lugar al que me mandaran encontrarían constante conflicto y cuestionamiento a las normas cotidianas, por lo cual en cualquier sitio habría siempre tentativa de insurrección.
Lo comprobaron en la zona 3 del módulo de ingreso y las zonas 7 y 5 de «segregación y seguridad institucional» del módulo de C.O.C.
Siempre que me rebelaba intentaban jugar conmigo, trataban de hacerme creer que eran mis amigos, hasta que fue determinante mi forma de hacerles saber mi postura ante las circunstancias, la agresión a los carceleros se volvió una necesidad para sobrevivir aquí adentro, una necesidad constante de hacer presente la rebelión consciente dentro de estos muros.
Así pues, luego de dos años de segregación en zonas de Seguridad Institucional, me presentan un castigo disfrazado de «privilegio»: mi traslado al Centro de Ejecución de Sanciones o Anexo Norte, en el cual se chantajea a los presos con la promesa de su libertad a cambio de guardar perfecta obediencia al régimen carcelario, mismo que incluye de manera obligatoria la esclavitud y el trabajo forzado, pues no se puede protestar, ya que el proceso de domesticación incluye el lavado de cerebro, haciéndonos creer que se está recibiendo una oportunidad. Es necesario sentirse culpable y arrepentido todo el tiempo, agradeciendo por la misericordia del sistema penal. Y si no se acepta la domesticación eres amenazado con ser trasladado a las Torres de Alta Seguridad o a la Penitenciaría.
Por estas razones, al llegar y ser conducido a la administración, me negué a recibir el «tratamiento», negándome a firmar el contrato de derechos y obligaciones, y también negándome a recibir colchón, ropa y cualquier otra cosa que me comprometiera a guardar respeto a su institución. No reconozco la cárcel y no quiero que siga mejorándose.
Estas actitudes provocaron que me trasladaran de nuevo a altas horas de la madrugada para ser conducido al reclusorio Norte, y para mi sorpresa no fui llevado al módulo de ingreso como normalmente debería ser al reingresar, para luego enviarme a la zona de Dormitorios. Fui conducido directamente a la zona 7 de Seguridad Institucional, donde había permanecido hasta entonces en segregación.
Con todo esto, me vuelven las ganas de escribir luego de reflexionar que la cárcel son realmente nuestras relaciones cotidianas y que en cada conflicto se abren infinitas posibilidades para destruirlas.
Nota: Los traslados de los que habla el compañero Fernando ocurrieron entre la tarde el 9 de febrero y la madrugada del 10 de febrero.
FUENTE: C.N.A. MÉXICO