POR ANTONIA MAYMÓN
Antonia Rufina Maymón Giménez (1881 – 1959), fue una periodista, pedagoga, feminista, libertaria y defensora del naturismo que dedicó gran parte de su pensamiento y de sus escritos al tema de la educación. El siguiente texto se publicó en Tiempos Nuevos, 5 de junio de 1934.
Las más atrevidas afirmaciones sociológicas son acogidas con simpatía, no solo en los medios libertarios, sino hasta en las clases que retraen su simpatía hasta que no ven cercano el triunfo.
Están persuadidos ya la mayoría de que el malestar general que se observa en el mundo entero no puede cesar si no es con una honda transformación social, habiéndose desacreditado todos los sistemas políticos en los que ya nadie cree. Las dictaduras, que son los últimos baluartes del sistema burgués, no inspiran confianza ni a los mismos que se valen de ellas para detener la marcha progresiva de la humanidad. Todo el que se preocupa un poco de la vida social sabe que la humanidad está escribiendo las últimas páginas de una época para empezar la verdadera sociología, que hasta ahora ha sido escamoteada por los políticos para su provecho.
Debátanse, pues, con verdadero interés, los problemas de la nueva economía mundial, sobre cuya base se ha de asentar el derecho a la vida de todo ser humano; economía que, al dar solución al problema económico, abrirá nuevos horizontes a los humanos, dando por resultado una nueva moral, que elevara al individuo y le hará reconocer muchos de los prejuicios que hoy se descuidan en la lucha por la existencia.
Uno de los mayores atavismos de nuestra época es el concepto del amor. A pesar de haberse escrito bastante sobre este tema, no ha llegado a generalizarse lo suficiente, ya porque algunas afirmaciones son demasiado atrevidas para nuestros contemporáneos, ya porque casi siempre se reviste este tema con un ropaje algo romántico.
La anarquía, que es sencillez y moralidad verdadera, que quiere decir cumplimiento de las leyes naturales y libertad integral —dentro de los actos que no perjudican individual ni colectivamente—, solucionará, al solucionar la situación económica, la prostitución y elevará el nivel moral de esta cuestión, que, como acto fisiológico, es necesario para la especie humana, y, como satisfacción moral, permitirá tantas variantes como temperamentos individuales.
No creo necesario advertir que estas variantes no comprenden los actos degenerativos —que caen de lleno dentro de la patología sexual, pues siendo enfermedades, a la medicina corresponderá su curación—, sino aquellas otras variaciones que hoy chocan con nuestro modo de ser, quizá por atavismo nuestro, quizá por ser verdaderamente extravagantes.
Una de estas manifestaciones, es la camaradería amorosa, impugnada recientemente por Maria Lacerda, escritora que, a pesar de ser de vanguardia, pone demasiadas veces, injustificadamente, en ridículo a los anarquistas. Mi criterio personal no es partidario de la camaradería amorosa, pero tampoco la considero una servidumbre femenina, en el caso en que la fémina tenga la suficiente autonomía como para conducirse en el amor con entera libertad.
Que la mujer haya de entregarse a cuantos la pretendan será una apreciación personal, que quizá nada tenga que ver con la verdadera camaradería amorosa, pues siendo la libertad algo más que palabra vana, no puede concebirse que, por no hacer sufrir, vaya de mano en mano contra su voluntad. El amor es algo tan íntimamente personal que nadie puede pretender sujetarlo no ya a las leyes coercitivas, ni aun a filosofías determinadas, por lógicas que parezcan.
Todos tenemos ideas erróneas sobre esta materia. No en vano ha pasado sobre la humanidad civilizada una ola grandiosa de represión que, si no pudo ahogar la carne, por ser imposible de matar en esta el instinto de reproducción de la especie, en cambio favoreció el desarrollo del vicio de una manera insuperable y falsificó de tal manera la libre manifestación del instinto genésico que impidió la superación de la manifestación amorosa y destruyó la dignificación de la mujer-madre, error sobre el cual se asienta la mujer-cosa.
La imposibilidad en que se encuentra la mujer para bastarse a ella y a sus hijos económicamente es la causa de la servidumbre femenina, motivo por el cual se vende, muchas veces inconscientemente. Lo demás son variantes de esta caricatura de vida que todo lo desvirtúa, que coloca a la mujer en un plano de inferioridad y que hace que hasta escritoras de gran relieve tomen al pie de la letra ideas que, hasta no haberse percatado bien de ellas, nos parecen una cosa, cuando en realidad son muy diferentes.
A todo esto, casi no he dicho nada del amor, lo cual me propongo hacer otro día.
Fuente: Grupo Gómez Rojas