LA IGLESIA MARXIANA CONTRA EL «SECTARISMO» ANÁRQUICO

Anarquía: Se recomienda primero la lectura de los siguientes artículos APOLOGÍA A LA ESPECIFICIDAD ASOCIATIVA — A PROPÓSITO DEL «SECTARISMO» (INTRÍNSECAMENTE) ANÁRQUICO  y CONSULTANDO EL TUMBABURROS: CONCEPTOS Y DEFINICIONES EN TORNO AL «SECTARISMO» , encontramos necesario este tipo de textos que invitan a la discusión y tomar un posicionamiento claro en la guerra social y la lucha por la liberación total.


La gramática anti-sectaria alcanzó preeminencia en medio de los entuertos de la Primera Internacional entre 1864 y 1872. Si bien durante sus primeros años las discrepancias conceptuales entre proudhonianos, blanquistas, lassalleanos y marxistas se habían solventado sin mayores berrinches en el seno de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT); en 1868 las tensiones se incrementaron con la incorporación de Bakunin y un nutrido grupo de afines. Los anarquistas llegaban a echar por tierra todo el onanismo economicista de san Charlie y sus acólitos, colocando en la mira el «mal más grave». Es decir, al Estado (en particular) y, a toda autoridad (en general). Así, erigieron su más fuerte especificidad teórica en el supuesto de que la propiedad o, genéricamente, la relación con los medios de producción, no era el único y excluyente factor de dominación de «clases», sino que las propias instancias de dominación —y el Estado muy particularmente— eran también mecanismos generadores de grupos sociales a los que cabria reputar de privilegiados.

Por si fuera poco todo lo anterior, los anarquistas defendían con uñas y dientes la plena autonomía de las diferentes secciones de la AIT frente al centralismo estatutario del Consejo General. Este posicionamiento, provocó la ruptura definitiva con los marxistas durante la celebración del V Congreso de la Asociación en 1872. Las posturas teórico-prácticas eran irreconciliables y marcadamente antagónicas. Para san Charlie, la Internacional debía ser el órgano centralizador y rector del «movimiento»; mientras que para el anarquista ruso y sus afines, tenía que ser una conspiración planetaria carente de órgano de dirección, centrada en el individuo concreto y su libertad; capaz de erradicar de la faz de la tierra toda autoridad, aún aquella que se instituyera en nombre del proletariado. Al anteponer la libertad individual y, la asociación voluntaria y autónoma «al desarrollo histórico de la sociedad», recibieron la condena eterna de la Iglesia marxiana y fueron acusados de «sectarios»; convirtiéndose en blanco de la ira de san Charlie y sus fervientes sacristanes.

Sin embargo, el manejo del apelativo «sectario», como sinónimo de anarquista, ya contaba con larga data entre la nomenclatura marxiana. En las páginas del Manifiesto comunista (1848), tanto san Charlie como don Friedrich, dan prueba fehaciente de su condena a las «sectas reaccionarias». Durante los días de la Comuna de París, el léxico anti-sectario se acrecienta contra «Herr Bakunin» y sus afines, por objetar la formación de un «partido obrero», la toma del poder por la «clase trabajadora» y el establecimiento de un «gobierno proletario». Precisamente, esa estrategia autoritaria fue la que adoptó la nueva alianza entre blanquistas y marxianos, dejando constancia de ello en la Conferencia de Londres de septiembre de 1871.1 Aquel equinoccio de otoño (boreal), Édouard Villant y Constant Martin, junto a otros connotados exponentes del partido blanquista exilados en Londres, incriminaron el «sectarismo bakunista» con la misma saña que san Charlie. Ese ambiente propició los ánimos de la sexta sección de la Conferencia, para arremeter contra la Alianza anarquista2 , culpándolos de actuar en detrimento del desarrollo de la Internacional, con la intención sectaria de «promover la abstención política y el ateísmo», como principios fundamentales de la Asociación.3

En una carta dirigida a Theodor Cuno, fechada en Londres el 24 de enero de 1872, don Friedrich embestía, en tono burlón, contra el «intrigante» Bakunin y su círculo de «sectarios».4 En la misma misiva, se mostraba optimista y convencido de que un proceso evolutivo estaba propiciando el avance del capitalismo en la mayor parte del mundo, lo que incrementaba el antagonismo entre los capitalistas y los obreros asalariados y, con ello, la emergencia inevitable de una conciencia de clase cada vez más homogénea, dando por sentado que esta incidencia pondría fin al capitalismo, provocando que «el Estado se derrumbará por sí solo» como parte del desarrollo inexorable de la historia. Pero, ni las tesis de san Charlie ni los pronósticos de su mecenas don Friedrich, se han verificado con el devenir de los acontecimientos; corroborando que el «progreso» y la «evolución social» son una pésima invención de la Iglesia marxiana, una fantasía que se metamorfosea y multiplica, adoptando nuevas maneras de reproducir más de lo mismo.

En efecto, la expansión ilimitada de un proceso de «evolución social» y el «desarrollo inexorable de la historia»,5 son el dogma central de la religión marxiana. Su fe irreflexiva en el progreso humano no tiene límites. Para el eterno inquilino de Highgate, el animal humano ensancharía su poder mediante la fuerza motriz del progreso científico-técnico —de la mano de la evolución ético-política—, transformando a la Humanidad en el auténtico ser supremo a venerar por los siglos de los siglos. Esta concepción positivista y evolucionista de la historia es la peculiaridad de fondo de la religión marxiana, lo que requiere un acto de fe mucho mayor que la fe que exige cualquier otra religión. De ahí sus predicciones sobre la sustitución del «gobierno de los hombres» por la «administración de las cosas» una vez alcanzado el paraíso terrenal, o sea, el comunismo: «la solución al enigma resuelto de la historia».6

Claro está, cualquier concepción que se aparte de esta visión monoteísta7 es un acto sacrílego que debilita tanto el significado de la estructura organizativa, como las formas monopólicas de culto y doctrina, haciéndose acreedora de la condena de la Iglesia marxiana por su «esencia reaccionaria». Esto sitúa en automático a todas las posturas críticas, discrepantes y/o escisionarias en la categoría de «sectas». De tal suerte, se colocan fuera de tiempo y lugar, en un movimiento asincrónico con «la tendencia histórica a la unidad del movimiento proletario» y, por ende, ajeno al «mundo real».

Llama particularmente la atención una contradicción que se presenta en la doctrina marxiana, a manera de constante, en torno a la crítica de la historia y la tentación teleológica sobre la realización inexorable del desarrollo objetivo. En su modo de concebir la historia —como un movimiento encaminado hacia un objetivo universal—subyace la idea de un desarrollo teleológico que le asigna un propósito predeterminado a la historia. Lo que evidencia la reencarnación de la teodicea cristiana en el mito de la Humanidad con mayúscula. Así, se sustituyó la narrativa de la redención divina por la del progreso mediante los esfuerzos del animal humano transmutado en agente moral colectivo; confirmándonos que la historieta marxiana de la «autorrealización humana», descansa en el mito apocalíptico y embona con la verborrea de Jesús anunciando el fin del viejo mundo y la llegada de uno nuevo que se establecería en su lugar.

En su excelente libro En pos del milenio, Cohn resume los rasgos definitorios de la religión marxiana: «lo que Marx aportó al movimiento comunista no fue el fruto de sus largos años de estudio en los campos de la economía y la sociología, sino una fantasía casi apocalíptica […]».8 Ciertamente, san Charlie recicló las concepciones apocalípticas en términos científicos, transformándolas en metáforas de las esperanzas racionales que inspiraron a los fascismos rojo, pardo y negro. Un enfoque del que cierto anarquismo —heredero del racionalismo— es deudor en demasía.

Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.
(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa».)


1. El posicionamiento marxiano sobre el «partido obrero» y el «gobierno proletario» quedó plasmado en la Resolución IX, sobre la «Acción política de la clase trabajadora», acordada el 25 de julio de 1871 —misma que se realizó a puerta cerrada por ordenes de Engels— y, «ratificada» por «22 delegados con plenos derechos y 10 con voz pero sin voto», en base a la moción blanquista durante la Conferencia de Londres. Vid. Dommanget, Maurice, «La Première Internationale», Revue d’histoire économique et sociale, 1962, Vol. 40. No. 4, pp. 553-556.

2. La Alianza Internacional de la Democracia Socialista, fue una sociedad secreta anarquista, fundada por Bakunin y sus afines en Ginebra, en septiembre de 1868, con el fin de coordinar una conspiración global a través de la Primera Internacional.

3. F. Engels, «Bericht über die Allianz der Sozialistischen Demokratie, vorgelegt dem Haager Kongreß im Namen des Generalrats», 1872, en Marx-Engels-Werke (MEW), Band. XVIII, pp. 138 y ss.

4. Publicado por vez primera de manera parcial en el libro: Engels, F.; Politisches Vermächtnis. Aus unveröffentlichten Briefen, Berlín, 1920; en forma completa en la revista Die Geselschaft, núm. 11, Berlín, 1925. Recogido en: C. Marx, C. y Engels, F.; Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II. Disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e24-1-72.htm (consultado: 18/10/2021).

5. No deja de ser una flagrante contradicción que san Charlie argumentara sus sistemáticos ataques al «sectarismo» a partir de esta concepción del desarrollo inexorable de la historia, echando mano de la visión evolucionista, mientras que en múltiples artículos de prensa, al igual que en los Grundrisse de 1857-1858, cuestionó efusivamente todo evolucionismo de la historia. Curiosamente, sus acólitos pocas veces reflexionan al respecto.

6. Marx, K, Tercer Manuscrito (Propiedad privada y comunismo), en Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man3.htm (consultado: 18/10/2021).

7. Haciendo honor a la verdad, debo reconocer que los marxianos han rechazado siempre las creencias monoteístas pero jamás han superado el modo monoteísta de pensar. Ciertamente, tras estas concepciones se oculta la fe ciega en el «dios Humanidad» y la creencia en la historia como un movimiento encaminado hacia un propósito universal: «el progreso de la humanidad». El mito del progreso es un claro vestigio del cambio radical en los asuntos humanos anunciado y esperado por el cristianismo. De ahí las similitudes entre la religión que don Friedrich se inventó a partir de la vida y los sermones de san Charlie y, la que se inventó san Pablo, a partir de la vida y los sermones de Jesús.

8. Op. cit., Cohn, Norman, p. 404.