ITALIA: ESPACIOS BLANCOS Y LETRAS NEGRAS – SOBRE LA OPERACIÓN REPRESIVA «SIBILLA».

Expresar la molestia o el descontento con el poder no es para nosotros. Convencidos como estamos de que no sólo existe una brecha insalvable entre la libertad y la autoridad, sino que la primera es la expresión de una alteridad irreductible respecto a la segunda, y que ambas son incompatibles e irreconciliables, perseveramos en la firme creencia de que la única relación posible con el poder es la de la guerra. O lo sufres o lo destruyes. Por eso, la indiferencia ante el Estado y el capital conduce a la resignación, a la rendición y, en última instancia, a la capitulación. Los anarquistas sostenemos una idea de la libertad demasiado amplia e incontenible como para estar «satisfechos». Esta idea nuestra define y -donde la teoría brota en la práctica- pretende expresar la libertad integral y absoluta que burla cualquier condescendencia con el poder, que hace añicos efectivamente las falsas «libertades» democráticas que se nos otorgan, que en un eterno anhelo de revuelta golpea con la acción a las figuras y estructuras del poder, trastocando el espacio y el tiempo de la autoridad.

A veces, sobre todo cuando la conciencia está árida de voluntad, la engorrosa presencia del Estado en todas las esferas de la existencia y de la vida cotidiana consigue hacer retroceder a sus esforzados opositores, que comienzan así a posponer indefinidamente la realización de sus proyectos. La hostilidad se convierte en indiferencia. Así, poco a poco, el objetivo se convierte en el de mantener un antagonismo más o menos revestido de ambiciones radicales. En lugar de destruir el mundo de la autoridad, se prefiere el repliegue desistencial hacia la construcción de nuestro propio «pequeño mundo», dedicándonos a nosotros mismos, a nuestros plazos, a las relaciones, incluso a la «autogestión», a la «autodeterminación» de entornos y situaciones.

Pero, ¿puede existir este «mundo», un espacio donde podamos encontrar satisfacción a nuestro deseo de una existencia libre de coacciones de cualquier tipo? Entonces, ¿puede coexistir con el mundo exterior? En resumen, ¿hay posibilidad de escapar? No lo creo. El movimiento anarquista de habla italiana ha estado lleno de estas creencias sobre un posible «escape» de la realidad, camuflado con la habitual retórica radical y alternativo, durante mucho tiempo en las últimas décadas. Al final se trata de la «habitual» búsqueda de razones -para situarse primero frente a sí mismos, luego frente a los demás- para su casi total inacción frente al poder. Así pues, cualquier pretexto es bueno y el «fuego de las pasiones», tal y como lo habíamos considerado improvisadamente hace tiempo, ya podemos guardarlo sin problemas en el cajón en el que hemos colocado otras exuberancias más o menos juveniles.

Despejando el terreno de los miserables pretextos que cada uno encuentra para acallar su conciencia y poner un velo de indiferencia entre él y el mundo «exterior», debemos detenernos en tres aspectos. En primer lugar, nunca ha existido la posibilidad de escapar de esta realidad: cada pequeño jardín, cada «isla feliz» (ya sea un espacio físico o un cónclave de intelectuales), sobrevive sólo gracias a la tolerancia del capital. En segundo lugar, sólo hay un mundo: aquel en el que, desgraciadamente, nos encontramos sobreviviendo y del que -se diga lo que se diga- es imposible escapar, en primer lugar porque el poder, hoy más que en el pasado, exige incluso nuestra adhesión ideológica diaria a sus razones, cuando no la participación directa en sus exigencias. Y nuestro rechazo, o nuestra deserción en este sentido, siempre conlleva consecuencias, ya sean grandes o pequeñas. Por último, una libertad que termina más allá de mi puerta o se agota fuera de mis garantías es ilusoria, falsa: no es libertad.

La libertad es un concepto complejo, que escapa a una categorización fácil y que, al mismo tiempo, sigue siendo inmediatamente comprensible para quienes están dispuestos a considerar su atractivo, a acariciar su alcance. Por eso, cualquier tipo de «libertad» que nos otorgue cualquiera no sólo será siempre expuesta como un fraude, sino que será combatida activamente precisamente porque inevitablemente comparte y expresa el principio de autoridad. La libertad no contempla ni la lógica del cálculo (y, por tanto, no permite ningún tipo de «gradualismo») ni la de la conservación: nuestro anhelo de ella ataca ferozmente cualquier cálculo destinado a la revuelta y abandona cualquier lógica destinada a la conservación de la vida. Mantenerse alejado del Estado y del capital significa preservar la vida misma, congelándola en la indiferencia superficial que es demasiado cómoda y fácil de abrazar. Enfrentarse al Estado y al capital, enfrentarse a la autoridad, sólo eso, en mi opinión, es empezar a vivir. Sólo cuando la vida entra en la dimensión del riesgo se convierte en una fuerza motriz, la fuerza de la utopía.

En el período histórico actual podemos ver aún más claramente que cada vez hay menos espacio para una vida centrada en el cultivo exclusivo de las propias certezas tranquilizadoras. En todos los ámbitos de la realidad social, cada vez hay menos espacio para la mediación, para el reformismo. Cada vez es más difícil camuflar nuestras opciones y cada vez es más visible cómo ciertas convicciones o caminos tomados, en lugar de llevarnos a un enriquecimiento (incluso a un enriquecimiento de nuestro «bagaje de lucha»), han implicado desde hace tiempo una rendición ante el poder. Estamos en una época en la que el desinterés, la inacción, la desolidarización y la inofensividad se alaban o incluso se elevan a verdaderas «virtudes». Y esto lo podemos ver también en aquellos círculos que muchos consideraban portadores o defensores de un cierto antagonismo con el estado actual de las cosas.

Es inútil subrayar en estas líneas cómo tales elogios y supuestas virtudes son totalmente funcionales al Estado y al capital. Ante esta tristísima situación, en la que incluso grandes capas sociales de las masas explotadas reclaman el derecho a integrarse en la sociedad de control que emerge día a día en el contexto de la rosca represiva operada por las democracias occidentales que -aunque mantienen intacta su cáscara formal- están «evolucionando» rápidamente, o mejor dicho, mostrando lo que siempre han sido; pues bien, ante todo esto creo que hay que reiterar una vez más el valor y el significado de nuestras opciones anarquistas y revolucionarias. Los anarquistas tenemos un sueño que es una expresión irreprimible de las razones de la vida contra la existencia obediente, la humillación, la sumisión que el poder trata de inducir en nuestra conciencia. Por eso creemos que la libertad reside ante todo, aquí y ahora, en el desafío contra todo poder, en el deseo salvaje de la destrucción práctica y concreta de la autoridad.

Este sueño nos plantea constantemente cuestiones candentes y apremiantes que reclaman nuestra atención, nuestro compromiso y, por tanto, nuestra disposición revolucionaria. ¿Qué significa vivir la vida? ¿Son nuestros principios, nuestras prácticas, realmente la expresión de una guerra social permanente que no admite reparos? ¿Es acaso el anarquismo un «pasatiempo» para nosotros? Son preguntas que, si se plantean de forma correcta, pueden ser un tormento para quienes se preocupan por la anarquía, precisamente porque, incluso antes de plantearse como cuestiones de orden metodológico, tienen la sorprendente capacidad de revelar de inmediato la radicalidad en la base de los problemas, iluminando las razones cuestionadoras del anarquismo y su lugar inevitable dentro de la dimensión del riesgo, la única dimensión donde se puede vislumbrar la libertad que anhelamos.

La operación represiva «Sibilla», que surgió el 11 de noviembre con decenas de registros, la detención de dos compañeros (entre ellos uno ya encarcelado, Alfredo Cospito) y otros cuatro sometidos a medidas restrictivas (posteriormente todas anuladas por un tribunal, poco más de un mes después) – una operación represiva dirigida especialmente contra el periódico anarquista «Vetriolo», del que las fuerzas represivas se han apoderado de todos los ejemplares que han podido encontrar – me permite hacer algunas observaciones, por otra parte ni siquiera tan «nuevas», sobre el desinterés, la inacción, la desolidarización, la inofensividad. Estas opciones y condiciones miserables, que han sido, entre otras cosas, un aspecto de crítica dura y radical en las páginas de «Vetriolo» desde el primer número, son de hecho la expresión inmediata de lo que podemos definir concisamente como resignación y capitulación ante el Estado y el capital.

Dado que la investigación llevada a cabo por la fiscalía de Perugia asimiló, en la fiscalía nacional antiterrorista, los actos de una investigación previa y mucho más consistente de la fiscalía de Milán (centrada en el periódico, en los compañeros editores y en otros compañeros), aprovecho la ocasión para detenerme -sin «tecnicismos» paraculares- en una de las dos principales acusaciones que se nos imputan, el de instigación a cometer un delito con la agravante de la finalidad de terrorismo, imputación que, de hecho, fue asimilada posteriormente en la investigación «Sibilla», probablemente por indicación de algún juez o policía en el ámbito de la citada coordinación, en curso desde hace tiempo a nivel nacional, entre los distintos fiscales dedicados a las «actividades de lucha contra el fenómeno anárquico-insurreccional». Mi reflexión no se centra tanto en la acusación concreta -de la que no me interesa defenderme- sino que aprovecha esta operación represiva para entrar en algunas reflexiones sobre la naturaleza de la publicidad y la teoría anárquicas.

Entre los aspectos que fundamentan esta acusación de incitación, está la supuesta «clandestinidad» del periódico, definida obsesivamente como tal por los Carabinieri del Grupo de Operaciones Especiales, partiendo de las habituales inferencias y suposiciones que la propia realidad -incluso ante algún juez, más o menos garante- se encarga de desmentir. Esta definición de «periódico clandestino» es necesaria para avalar la tesis (basada en la habitual convicción represiva de que los anarquistas se reúnen y asocian en base a un «doble nivel»: uno explícito, abierto, el otro clandestino, ilegal) de que «detrás» del periódico se esconde una organización específica dedicada a la realización de atentados explosivos e incendiarios y así «relanzar» la acción de los anarquistas en el territorio italiano.

Las fuerzas represivas han escrito repetidamente, con especial referencia a la acusación de incitación al delito, que en el periódico se expresaban «conceptos estratégicos en la orientación y el mecanismo de la propaganda incitadora con capacidad concreta de provocar la comisión de determinados delitos no culposos contra la personalidad internacional e interna del Estado, con el propósito de subvertir, mediante la práctica de la violencia, su orden jurídico, político, económico y social». ¿Por qué los Carabinieri se preocuparon de elaborar una redacción tan enmarañada como la de «conceptos estratégicos en la orientación y mecanismo de la propaganda instigadora»? Porque «Vetriolo» en los últimos cinco años ha representado para el movimiento anarquista de habla italiana un importante espacio donde encontrar análisis concretos, articulados y profundos sobre el Estado y el capital, sobre la naturaleza y los orígenes del Estado, sobre las actuales condiciones de explotación, sobre el «giro autoritario de una nueva forma» (como hemos llegado a definir el atornillado que se está produciendo en los últimos años, incluso antes de la epidemia de coronavirus), sobre la combinación teórico-práctica del anarquismo, sobre la metodología revolucionaria anarquista, sobre el ilegalismo y la propaganda por el hecho, sobre el internacionalismo y la necesidad de la internacional. El ataque contra «Vetriolo» se produce sobre todo a raíz del hecho de que este periódico nunca ha sido ni un contenedor ni el resultado de una redacción cerrada sobre sí misma: es rico, casi desbordante de análisis, de crítica social corrosiva, y para quienes en los últimos años lo han redactado, discutido y distribuido materialmente no era una medalla, un premio, una bandera que agitar para hacerse notar en alguna horticultura.

Atacar a este periódico era casi un imperativo por parte del aparato represivo del Estado: no era cuestión de si se produciría una operación represiva contra el periódico, sino de cuándo se produciría. A la vista de los resultados de la operación en términos de detenciones (que, por otra parte, como ya se ha dicho, fueron anuladas al cabo de un mes), es razonable afirmar que se podría haber configurado una situación mucho peor, habiendo solicitado el fiscal, además, la detención de siete compañeros y un acompañante. También la intención de agravar la situación de detención del compañero Alfredo Cospito en términos aflictivos y restrictivos parece haber naufragado por el momento (salvo las medidas de censura de la correspondencia de la que periódicamente es destinatario).

El término «conceptos estratégicos en la orientación y el mecanismo de la propaganda instigadora» se refiere a un triple aspecto. En primer lugar, es el resultado de que el aparato represivo no ha podido imputar a ningún anarquista gran parte de los ataques incendiarios y explosivos ocurridos en los años 2017-20, ni enmarcar ningún juicio por varias de estas acciones. Desde 2017, las fuerzas represivas comparan los artículos publicados en los números del periódico con los textos reivindicativos de al menos una docena de acciones, con la intención de encontrar no sólo similitudes conceptuales, sino también estilísticas y léxicas o coincidencias. La intención, además de mantener una imponente actividad de seguimiento con respecto al periódico, era «vincular» al menos a uno de los sospechosos con al menos una de las acciones en cuestión, para poder proceder a una serie de detenciones por cargos concretos, además de instigación a cometer delitos y asociación subversiva con fines terroristas y de subversión del orden democrático. Así que, tras comprobar, según ellos, que en algunos artículos, sobre todo en las tres partes de la entrevista «¿Qué Internacional?» del compañero Alfredo Cospito, había coincidencias conceptuales con algunos de los textos reivindicativos, decidieron acuñar esta bonita definición de «conceptos estratégicos en la orientación y mecanismo de la propaganda instigadora», una definición que sólo sirve -como todos los papeles de policía- para limpiarse el culo.

En segundo lugar, existe una tendencia creciente en los últimos años por parte de los órganos del Estado a atribuir la insurgencia revolucionaria, y por tanto la realización de acciones por parte de los compañeros anarquistas, a una labor «instigadora» preexistente realizada por algunas publicaciones anarquistas. ¿Por qué? Ciertamente, porque su objetivo son las publicaciones en sí mismas, como tales. Pero no sólo eso: la intención es golpear a los periódicos y revistas para impulsar un ajuste a la baja en la elaboración de la teoría e incluso en el vocabulario empleado. La teoría debe volverse «roma», incapaz de arañar la realidad, de afinar en las diferencias -ya que es sólo por «división» que las ideas anarquistas se afirman, no por «inclusión» (el anarquismo no aboga por una especie de pluralismo teórico «inclusivo»). El Estado se mueve en esta dirección porque, en definitiva, el nivel de confrontación hace tiempo que está en mínimos, por lo que -desde su propio punto de vista- sería bueno que los anarquistas se moderaran, acabando con las publicaciones decididas y radicales tanto en la teoría como en la intransigencia revolucionaria, y por tanto aceptando de buen grado la pasividad, la desistencia, la inacción.

La definición casi «obsesiva» de «clandestino» dada a ciertos periódicos y revistas anarquistas es una expresión de este ajuste a la baja que el Estado pretende estimular hacia los anarquistas: el objetivo es impulsar una especie de «clandestinización» de las publicaciones y actividades anarquistas en los espacios y en las calles. Este objetivo no es ciertamente nuevo. En los años 90, siempre fue la ROS de los carabineros la que definió la «circulación interna» de ciertas publicaciones anárquicas como «Anarquismo» y «Provocación». Hoy, «Vetriolo», como ya ha hecho en los últimos años con la última edición de «Croce Nera Anarchica» y con la hoja «KNO3», se convierte también en clandestina, en una versión actualizada de aquella «en circulación interna» de hace treinta años. La intención, casi declarada, es hacer que nos escondamos en un pequeño agujero, en un rincón donde podamos ser controlados más fácilmente de lo que ya somos.

Sin embargo, a la luz de estas consideraciones, es necesario criticar cualquier tipo de oportunismo político destinado a defenderse de la definición de «periódico clandestino»: como anarquistas rechazamos esta definición no porque consideremos la clandestinidad como algo indeseable o inviable para los compañeros, o porque la depreciemos, sino porque tal definición fue redactada por las fuerzas represivas, porque no fuimos nosotros los que elegimos tal modo de distribución (en este caso, para un periódico), porque los compañeros -cuando redactan publicaciones propiamente clandestinas- lo hacen por su propia elección (estratégica, contingente, metodológica) y nunca siguiendo un dictado de las fuerzas represivas, lo que va todo a favor de estas últimas. Por tanto, ante esta invitación a un ajuste a la baja, la respuesta debe ser la misma de siempre: ni moderación ni acomodación, ni compromiso ni medias tintas.

Finalmente, en tercer lugar, esta definición de «conceptos estratégicos en la orientación y el mecanismo de la propaganda instigadora» expresa la clara incapacidad por parte del Estado de entender que las acciones llevadas a cabo por los anarquistas no pueden ser el resultado de la instigación. La relación existente entre la propaganda y la difusión de ideas y la acción revolucionaria intransigente de los anarquistas no coincide con la relación existente entre un instigador y un instigado. Instigación que, de hecho, ni siquiera creo que pueda existir, porque quien actúa -por la fuerza de las cosas- ciertamente ya ha desarrollado en sí mismo una determinación que no necesita ser «instigada» para realizar un hecho, para llevar a cabo una acción. La autonomía del pensamiento y de la acción es tal que, en la práctica, va más allá de la «necesidad» de instigación.

La instigación, en mi opinión, se refiere a un significado que no es afín ni al anarquismo ni a los propios anarquistas: ya se ha dicho que instigar es como tirar una piedra y esconderse. Estoy de acuerdo. El pensamiento anarquista, como la acción, nunca se infiere como algo cobarde. Los anarquistas propagan sus ideas, ciertamente ven la precipitación de los acontecimientos como una perspectiva deseable, tienen la intención de escalar el choque, se alegran cuando las figuras y estructuras del Estado y del capital son golpeadas, pero no son meros «instigadores». Tampoco son meros «instigadores» cuando contraponen una «exaltación» genérica de la acción en sí misma con la implicación en el choque global, el ilegalismo, la propaganda por el hecho. Por ello, afirman sus ideas con resolución y coherencia, y llevan a cabo sus acciones con un valor y una determinación únicos.

También hay que tener en cuenta que el aparato jurídico-legislativo define su terminología y sus convenciones siempre menospreciando a los revolucionarios, distorsionando su teoría y su práctica en un intento de hacer pasar la necesidad de la lucha como algo impracticable, inaceptable, como una locura, o como fruto de la «cobardía». Nos corresponde no doblegarnos, defendiendo nuestras publicaciones y sobre todo las acciones realizadas por los compañeros.

Para mí, por tanto, el problema de la incitación no existe y no me interesa ningún razonamiento sobre una posible defensa contra estas acusaciones. No reconozco que el poder judicial tenga ningún poder para evaluar o decidir sobre nuestras teorías y prácticas, y mucho menos para definirlas. En todo caso, el hecho de que mis ideas sean consideradas como una incitación me hace sonreír, porque mi deseo de trastocar el orden estatal y el orden social actual es mucho mayor que una «incitación», lo supera en la práctica, ya que sólo en ella se expresa plena y profundamente la combinación de teoría y práctica del anarquismo, que -como se sabe desde hace más de 150 años- proporciona una inversión constante del pensamiento en la acción y viceversa. Las palabras pueden ser recibidas por alguien, y en ese caso ese alguien hará lo que considere más oportuno, tal vez haciéndolas suyas, conservándolas o dispersándolas, o bien pueden seguir siendo palabras al viento, sin ser escuchadas, simples elucubraciones de carácter puramente teórico. La tarea de la teoría anarquista es sobre todo la de la investigación crítica de los problemas que de vez en cuando se presentan ante nuestros ojos o que se enfrentan a nuestra conciencia. A estos problemas damos una respuesta y una crítica que es social, no política. Esto se debe a que se sitúa directamente en el conflicto -sin abordarlo ni dirigirlo desde el exterior- con la convicción de que profundizar también significa criticar, y criticar siempre significa profundizar en algo, excluyendo el significado superficial que se le da con más frecuencia al concepto de crítica. Así que es en la crítica, en la profundización de los problemas, donde encontramos algunos de los fundamentos de la teoría anarquista.

En cuanto a mi propia experiencia, he tenido la gran suerte de poder conocer el anarquismo prácticamente desde el principio. Es a través de los libros y diarios de los anarquistas que he comprendido cómo la fuerza de la negación -esa negación irreductible que se abre paso a través de la práctica- ha sido el motor que ha llevado a la insurgencia revolucionaria así como a la revuelta individual. En las palabras de tantos anarquistas he encontrado mi propia curiosidad, mi propio deseo de descubrimiento y profundización, pero mi opción anarquista revolucionaria, emprendida a los veinte años, llegó algún tiempo después. Soy hijo de emigrantes y proletarios, pero ante todo soy anarquista, no porque haya aprendido de nuestros libros o periódicos, que -no lo olviden- es desde que existen que se ponen bajo acusación (algo todo menos «excepcional» entonces, frente a las bellas almas democráticas asustadas por el ataque a la «libertad de expresión»), sino porque yo mismo estoy hecho de estas experiencias, opciones y creencias que, como la solidaridad con los compañeros en prisión, permanecen intactas hoy. Sin demora, sin vacilación.

Francesco Rota Sulis

Publicado en el sitio web anarkiviu.wordpress.com el 20 de enero de 2022 y en «Bezmotivny», quincenario anarquista internacionalista, año II, número 3, 7 de febrero de 2022

FUENTE: INFERNO URBANO

TRADUCCIÓN: ANARQUÍA