El siguiente es un texto que Anna, detenida en Rebibbia por la investigación Scripta Manent, escribió con motivo de una jornada dedicada a Marilú en Roma a finales de octubre.
Hay gente que es un puerto seguro para desembarcar. Marilú tenía todas las características de ésta, aunque espinosa e irónica en la discusión y en ciertas anécdotas cínicas de las miserias del movimiento, sabía ser acogedora, siempre y en todo caso, sin miedo ni dificultad. Al contar y relatar, alejado de la retórica de algunos de sus escritos que se demoran en una cierta complacencia hagiográfica al retratar a compañeros y episodios de los años 80, dio lo mejor de sí en la concreción cotidiana, con la sencillez de quien ha conocido y vivido las más variadas experiencias. Así surgió la ola revolucionaria y los tiempos del retroceso y los compañeros de una vida de militancia (término ahora un poco ‘retro, pero lleno de significado en sus labios): desde los viejos partisanos anarquistas de Carrara descritos de forma antirretórica, en el acto de desenterrar sus tesoros infractores para ayudar a los jóvenes de AR, hasta los «compagnucci» de las okupas romanas de los años 90 para apoyar en las ocupaciones; desde Horst Fantazzini en los escasos periodos de libertad entre una y otra cárcel, ávido de vida y aventura, hasta Gianfranco Faina, intelectual en lucha y en fuga; Fernando Del Grosso, partisano de los Abruzos del que contaba que no se daría la paz hasta llegar a todos los responsables de la muerte de sus hermanos masacrados por los nazifascistas. Todo ello mezclado con los recuerdos de un viaje a Nicaragua para apoyar la lucha y los relatos sobre el puestero bangladesí en la puerta de su casa para ayudarle con sus problemas de inmigrante irregular en la metrópoli, los carteles de Casa Pound bajo los soportales de Piazza Vittorio para derribar («y si nadie me ayudavoy yo misma», ¡y realmente lo hizo! ) y su asistencia al coro de cantantes tradicionales de folklore y lucha, sus zapatos flamencos exhibidos con orgullo y su medicación para la enfermedad cardíaca «olvidada» en su cajón, su presencia en cualquier manifestación, burlándose de las miradas consternadas de los guardias al ver a esta señora con abrigo color camello y zapatos de medio tacón rodeada de jóvenes macarras, la misma sonrisa con la que susurraba, veinte años atrás en las calles de Génova, «vamos juntos», llevando bajo el brazo a los compañeros que veía agobiados por mochilas «demasiado» pesadas.
La misma densidad de experiencia estratificada llamaba inmediatamente la atención de quienes cruzaban por primera vez el umbral de la vieja casa de Piazza Vittorio, también de nobleza vivida y arrugada, entre el mercado de Bangla y las tiendas de chinos, abiertas día y noche para los compañeros. En las paredes se alternaban retratos al óleo de un antepasado decimonónico ceñudo (Marilú procedía de una familia noble y «fascista» de Ferrara, de la que era hija refractaria) y carteles de la lucha contra las prisiones especiales; las fotos de los compañeros muertos y los manteles de encaje para recibir a los vivos, las piedras de melocotón talladas en forma de anillo «regalo de Horst cuando estaba en la cárcel» y la «agenda» con los números de teléfono escritos a bolígrafo en la pared («así, cuando vengan al próximo registro, aunque me quiten la agenda los tendré»), tras el pesado marco que encerraba a la citada noble frunciendo el ceño.
Estaba claro que no había ningún estereotipo de movimiento aplicable, pero siempre valía la solidaridad y los lazos indestructibles, a pesar de las galernas y los naufragios ideales; valía el orgullo, al narrar las experiencias de su lucha y la de sus compañeros, el orgullo de narrar algo bien hecho, un trabajo completado hasta el final. En este sentido, sobre todo, fue esclarecedora y luminosa al revelar, en forma casi de cuento, la dureza de los golpes recibidos y la belleza de la resistencia, liberando a los que entraban en contacto con ella del lastre que llevamos encima para viajar ligeros.
Habría sido una burla la infame presencia de los Questurini, hasta la ocasión del último adiós a ella, la última anécdota de una anarquista vigilada, viva y muerta, como si un funeral pudiera ser una manifestación sediciosa. ¿O acaso, en estos tiempos oscuros, se considera que los muertos están más vivos que los vivos?
Anna, prisión de Rebibbia
FUENTE: INFERNO URBANO
TRADUCCIÓN: ANARQUÍA