Carta
En febrero de 2019, firmé la declaración entregada en la revisión como parte de la Operación Scintilla. Mi responsabilidad en la redacción del texto es total. El escrito en cuestión presenta numerosos problemas, el más grave de los cuales está ciertamente relacionado con el rechazo de la supuesta indiscriminación de ciertas prácticas que, sin duda, pertenecen a la historia del movimiento anarquista. La frase en cuestión es la siguiente: «que la idea o el deseo de ofender a ‘un número indeterminado de personas’, como secretarios de oficina, empleados o transeúntes, no nos pertenece en absoluto».
En el momento de escribir el texto, creía firmemente en la posibilidad de expresarme, de poder tomar posición sobre mi vida, de aceptar o rechazar las acusaciones o los perfiles construidos sobre mí por la fiscalía. Expresé lo que pensaba con sinceridad, como si pudiera hacerlo trivialmente. Como individualidad anarquista no pertenezco a ningún grupo o categoría de tribunal, tengo mi propia forma de pensar y, razonando superficialmente, me dije «¿por qué no puedo expresarlo?». Lo entendí todo mal. Lo que estaba experimentando con firmeza era sólo una increíble pérdida de lucidez, ingenuamente había caído en una trampa. En cuanto volví a la libertad, el mundo, el mundo que ha sido mi vida durante años y años, se me vino encima.
Los compañeros que se habían percatado del absurdo error me detuvieron inmediatamente, gracias a ellos, y no sin rabia, comprendí lo que realmente había sucedido. Nadie vino a darme una palmadita en la espalda, sin duda me ayudaron, pero mi vida cambió drásticamente a peor. El impacto emocional de esto fue fuerte y, por mucho que les importe a algunos, me catapultó con razón a un profundo malestar. Adoptar tales posiciones en un foro inapropiado, públicamente, en ausencia de un coacusado fugitivo, es sólo un grave error, un indicador de confusión y falta de equilibrio. No se puede reparar, no se puede solucionar, pero hay que hablar claramente de ello, hay que hacerlo de forma que otros, jóvenes o compañeros recién llegados, entiendan cómo afrontar la represión de forma correcta y no cometer esos errores. He tratado de hacerlo viajando a lo largo y ancho, no he buscado comparaciones, porque no hay comparación ni debate sobre el que me sienta capaz de hablar, pero he contado errores y debilidades, sobre todo nunca me he escondido, nunca me he refugiado en habitaciones privadas. Los métodos utilizados, como pensaba, no se entendían y ahora hemos llegado a este punto.
Siempre he rechazado las descripciones construidas sobre el movimiento anarquista, las categorías son sólo una invención de los fiscales; cada anarquista-o trae consigo un mundo variado de ideas y prácticas, cada anarquista-o es individualista y como tal no se encasilla, conceptualmente escapa a cualquier categoría. Los anarquistas -que arrastran una historia de violencia revolucionaria- declinaron en diferentes formas y prácticas, eclécticas, nuevas o antiguas. La indiscriminación, la masacre y el terror generalizado en la población pertenecen al Estado, al Estado italiano, por ejemplo, que mata a los presos en Módena, los tortura en Santa María Capua Vetere y mata a personas indefensas en los trenes, en las plazas y en las estaciones. Los anarquistas saben quién, qué y cómo golpear.
La crítica radical, las polémicas, las posturas; el debate dentro del movimiento anarquista, sin embargo, aunque sea atroz y fuerte, sirven para comprender mejor, para encontrar nuevos caminos, para abordar los problemas o curar las heridas. Eso es lo que he tratado de hacer desde hace tiempo, aunque desde una posición externa, tratando de entender cómo me equivoqué y dejarlo claro para todos y todas. Estas palabras pueden ser inútiles, tal vez, como creo, no sean las últimas o ridículamente decisivas, pero son lo que me dice mi corazón y, por estúpido o banal que parezca, tal es la verdad. Si es necesario o se considera importante, presentaré la misma idea ante esos tribunales que tanto odio.
Antonio
FUENTE: INFERNO URBANO
TRADUCCIÓN: ANARQUÍA