Mientras la operación de gendarmería en curso sobre la ZAD acababa de cometer un error tan dramático como previsible, el primer reflejo de la Fiscalía y del Ministerio del Interior fue desenfundar lo antes posible en los medios de comunicación el relato adecuado con el fin de hacer la cobertura de los eventos, justificarse de la mutilación de Maxime e intentar neutralizar las reacciones. El señor Collomb y el Fiscal General se aplicaron a ello inmediatamente de la manera más afirmativa posible, sin la mínima decencia ni el mínimo pesar. Eso lo que se suele hacer. Más allá de las consideraciones generales sobre la brutalidad de la operación policial en curso, la peligrosidad de las granadas explosivas y de su uso inmoderado en la ZAD, preferimos por nuestra parte esperar hasta que pudimos cruzar distintos testimonios antes de mostrarnos tan afirmativos sobre los hechos.
Hoy nos aparece que la versión del gobierno según la cual los gendarmes habrían lanzado granadas para extraerse en urgencia de un grupo de unos cincuenta manifestantes quiénes les estaban atacando con cócteles Molotov es una ficción. Los comunicantes de la gendarmería podían fácilmente averiguarlo: cada una de las intervenciones de gendarmes en la zona fue filmada por sus servicios. Según los testimonios que recogimos, el drama ocurrió al contrario en un momento descrito como tranquilo durante el cual algunas decenas de personas hacían frente de manera estática, desde unos 45 minutos, a los gendarme móviles. Mientras tanto, el despejo del lugar de La Châteigne estaba en curso detrás de la línea policial. Los gendarmes eran entonces muy numerosos frente a un grupo reducido de manifestantes. De repente, un efectivo de gendarmes móviles emboscado salió del bosque. Cargaron a los manifestantes para sacarlos del campo y generar un movimiento de pánico. Aquella carga súbita efectivamente provocó una huida inmediata de las personas presentes en dirección del único y estrecho paso situado en la extremidad del campo. Fue cuando una serie de granadas fue lanzada sobre algunas personas que estaban en la cola del grupo, intentando escapar de la carga. Después de la explosión, varias personas se dieron la vuelta y vieron a la víctima de pie, de espalda a los gendarmes, agarrándose la muñeca derecha con la mano izquierda. Aquella persona fue entonces tirada al suelo y arrastrada varios metros más lejos. Los testigos dicen haber visto los gendarmes “limpiar” alrededor de la víctima, quitar los trozos de carne y echar tierra sobre los rastros de sangre.
Lo que resalta del conjunto de los testimonios está claro: contrariamente a lo que afirman, los gendarmes no intervinieron con granadas explosivas para extraerse de un grupo de asaltantes y sacarse de una situación de peligro grave, sino más bien para dispersar unos manifestantes entonces estáticos y en inferioridad numérica allá de un campo. Infelizmente eso no es nada inusual en esta operación policial. Durante las últimas semanas, cada uno puede testificar que las granadas explosivas GLI-F4, entre otras armas mutiladoras, fueron utilizadas muchas veces como sencilla herramienta de dispersión y de terror, y no para hacer frente a unos ataques reales de los oponentes. Destacamos asimismo que del lado mismo de los gendarmes, las únicas heridas graves en sus rangos – en el otoño 2012 como durante aquella nueva ola de expulsión – fueron provocadas por un uso incorrecto y la explosión de sus propias granadas.
Llamamos a que se reaccione por todas partes para denunciar las mutilaciones provocadas por las armas de la policía y la brutalidad de la operación que sigue en curso en la ZAD.
En 2017 Robin fue herido gravemente en una pierna por una granada. Ha escrito a Maxine «la solidaridad es nuestra arma y jamas nos la arrebatarán».
FUENTE: BRIEGA