ESPAÑA: ODIO A LOS RESIGNADOS (EXTRACTO DE CONTRA LOS PASTORES, CONTRA LOS REBAÑOS)

albert_libertad«Odio a los resignados, igual que odio a los indecentes, igual que odio a los haraganes.

¡Odio la resignación! Odio la indecencia, odio la inacción.

Odio al enfermo encorvado bajo el peso de una fiebre maligna; odio al enfermo imaginario que un poco de voluntad volvería a poner derecho.

Compadezco al hombre encadenado, rodeado de guardianes, aplastado por el peso del hierro y del número.

Odio a los soldados encorvados por el peso de un galón o de tres estrellas; a los trabajadores encorvados por el peso del capital.

Amo al hombre que dice lo que piensa dondequiera que se encuentre; odio al mendigavotos a la búsqueda perpetua de la mayoría.

Amo al sabio aplastado por el peso de las investigaciones científicas; odio al individuo que inclina su cuerpo bajo el peso de un poder desconocido, de una X cualquiera, de un dios.

Odio, repito, a todos aquellos que, cediendo a otro, por miedo, por resignación, una parte de su poder de hombres, no solamente se aplastan, sino que me aplastan, a mí y a aquellos a los que amo, con el peso de su horrible consentimiento o de su inercia idiota.

Los odio, sí, los odio porque yo, lo siento, no me inclino ante el galón del oficial, la banda del alcalde, el oro del capitalista, las morales o las religiones; hace tiempo que sé que no son más que baratijas que se quiebran como el cristal… No me inclino bajo el peso de la resignación del otro. ¡Ah, cómo odio la resignación!

Amo la vida. Quiero vivir, no mezquinamente como esos que no satisfacen más que a una parte de sus músculos, de sus nervios, sino ampliamente, satisfaciendo a mis músculos faciales tanto como a los de mis pantorrillas, a la masa de mis riñones del mismo modo que a la de mi cerebro.

No quiero trocar una parte de ahora por una parte ficticia de mañana, no quiero ceder nada del presente a los vientos del porvenir. No quiero que nada en mí se incline ante las palabras. «patria, Dios, honor». Conozco bien el vacío de tales términos: espectros religiosos y laicos.

Me burlo de los retiros, de los paraísos, ante la esperanza de los cuales mantienen sus resignados las religiones y el capital. Me río de esos que, acumulando para la vejez, se privan en su juventud; de esos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte años.

Yo quiero comer cuando todavía tengo los dientes fuertes para desgarrar y triturar las saludables carnes y los frutos suculentos, cuando los jugos de mi estómago digieren todavía sin ningún problema; quiero beber, cuando tenga sed, líquidos refrescantes o tónicos.

Quiero amar a las mujeres o a la mujer, según convenga a nuestros deseos comunes, y no quiero resignarme a la familia, a la ley, al Código Civil; nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Tú quieres, yo quiero. Burlémonos de la familia, de la ley, antigua forma de resignación.

Pero esto no es todo: quiero, puesto que tengo ojos, orejas, otros sentidos aparte del beber, el comer, el amor sexual, gozar en cualquiera de esas otras formas. Quiero ver bellas esculturas, bellas pinturas, admirar a Rodin o Maney. Quiero escuchar las mejores óperas, tocar a Beethoven o a Wagner. Quiero conocer a los clásicos en la Comédie, hojear el bagaje literario y artístico que han legado los hombres pasados a los hombres presentes, o mejor, hojear la obra por siempre inacabada de la humanidad. Quiero alegría para mí, para la compañera elegida, para los niños, para los amigos. Quiero un hogar en el que puedan reposar agradablemente mis ojos tras la labor concluida. Pues también quiero la alegría de la labor, esa sana alegría, esa alegría fuerte. Quiero que mis brazos manejen el cepillo, el martillo, la laya o la guadaña. Que los músculos se desarrollen, que la caja torácica se ensanche en movimientos poderosos, útiles y razonados.

Quiero ser útil, quiero que seamos útiles. Quiero ser útil a mi vecino y quiero que mi vecino me sea útil. Deseo que laboremos mucho porque soy un insaciable del gozo. Y es porque quiero gozar por lo que no soy un resignado.

Sí, sí, quiero producir, pero también quiero gozar; quiero amasar, pero también comer el mejor pan; quiero vendimiar, pero también beber el mejor vino; construir casas, pero también vivir en los mejores apartamentos; hacer muebles, pero también poseer lo útil, e incluso lo bello; quiero construir teatros, pero lo bastante vastos como para acoger a los míos y a mí.

Quiero cooperar para producir, pero también quiero cooperar para consumir. Que piensen unos en producir para otros a los que dejarán, oh ironía, lo mejor de sus esfuerzos; en cuanto a mí, quiero, libremente asociado, producir, pero también consumir.

Resignados, mirad, escupo sobre vuestros ídolos; escupo sobre Dios, escupo sobre la patria, escupo sobre Cristo, escupo sobre las banderas, escupo sobre el capital y sobre el becerro de oro, escupo sobre las leyes y los códigos, sobre los símbolos y las religiones: no son más que juguetes de los que me burlo, de los que me río… No son nada salvo gracias a vosotros; abandonadlos y se harán migas.

Sois, pues, una fuerza, oh resignados, de esas fuerzas que se ignoran, pero que no por eso dejan de ser menos fuerza, y yo no puedo escupir sobre vosotros; no puedo sino odiaros… o amaros.

Por encima de todos mis deseos, tengo el de sacudiros la resignación y despertaros con furia a la vida. No hay paraíso futuro, no hay porvenir, no hay más que el presente».

¡Vivamos!

¡Vivamos! La resignación es la muerte. La rebelión es la vida.

Por: Ex-Nihilo