«Entre tanto, los conflictos sociales siguieron sucediéndose, con las gentes reclamando transformaciones radicales. En Rusia, por ejemplo, dichas transformaciones empezaron por la muerte del zar Alejandro II, como símbolo del abatimiento del poder imperante, que, murió a causa de un atentado en 1881, trayendo como consecuencia un recorte de las libertades civiles en Rusia y el aumento de la brutalidad policial, es decir, la vuelta a la represión autocrática. Los nihilistas políticos asociaron el nihilismo a la acción revolucionaria más extrema, destacando entre ellos Nechayev. No es casual, entonces, que terminara por designarse con el término “nechayevistas” a los nihilistas políticos más radicales e intransigentes. Mientras que dicho revolucionario ruso no suele ser muy conocido en nuestra cultura sí lo es para nosotros alguien que estuvo muy vinculado con él, y de quien se dice incluso que fue inspirador y coautor de algunos textos conjuntos: M. Bakunin. De hecho, Bakunin se autoinvistió “fundador del nihilismo y apóstol de la anarquía”, afirmando que “para vencer a los enemigos del proletariado era necesario destruir, todavía destruir más, y destruir siempre, ya que el espíritu destructor es al mismo tiempo el espíritu constructor”. De este modo, el vehemente Bakunin contribuyó también a proyectar esta imagen radical y política del nihilismo, y a asociarla a tendencias anarquistas, socialistas, utópicas y libertarias.
La tensión existente entre las clases sociales de la Rusia de finales del XIX también se hace patente en la novela de Turgueniev, “Padres e Hijos”».