–Carta abierta a Wayne Price, a propósito de sus ilusiones emancipadoras
Clarice Starling: Escuché un sonido raro.
Hannibal Lecter: ¿Qué era?
Clarice Starling: Eran… gritos. Gritos como la voz de un niño.
Hannibal Lecter: ¿Qué hiciste?
Clarice Starling: Fui… abajo, afuera. Entré furtivamente en el establo. Tenía miedo de mirar adentro, pero tenía que hacerlo.
Hannibal Lecter: ¿Y qué viste Clarice? ¿Qué viste?
Clarice Starling: Corderos. Y estaban gritando.
Hannibal Lecter: ¿Estaban matando los corderos de primavera?
Clarice Starling: Y estaban gritando.
Hannibal Lecter: ¿Y tú huiste?
Clarice Starling: No. Primero intenté liberarlos. Abrí la puerta pero no quisieron correr. Se quedaron allí parados, confusos. No querían correr.
Hannibal Lecter: Pero tú podías y lo hiciste ¿verdad?
Clarice Starling: Sí. Me llevé un cordero y huí lo más rápido posible.
Hannibal Lecter: ¿A dónde ibas Clarice?
Clarice Starling: No lo sé. No tenía comida ni agua… y hacía mucho frío, muchísimo frío. Pensé… Quería salvar a uno aunque fuera, pero… él pesaba mucho. Pesaba mucho. Solo había avanzado unos cuantos kilómetros cuando el alguacil me recogió. El ranchero estaba tan enojado que me mando… a vivir al orfanato luterano. No volví a ver la finca.
Hannibal Lecter: ¿Qué fue de tu cordero, Clarice?
Clarice Starling: Lo mataron.
El Silencio de los Corderos
Thomas Harris, en su extraordinaria novela El silencio de los corderos (llevada con éxito a la pantalla grande bajo la dirección de Jonathan Demme), desarrolla oportunamente este diálogo donde reafirma el título de su obra y pone de manifiesto las ilusiones que alimentan la vida de Clarice desde su infancia: eliminar el sufrimiento de la faz de la Tierra. Esta motivación, la llevó a desafiar a su tío ranchero y, años más tarde, la impulsarían a unirse al Federal Bureau of Investigation (FBI). Aquel trauma sin resolver, la inducía a soñar con la «emancipación» de los corderos y a imaginar un mundo sin barbarie; es decir, sin rancheros ni lobos que amenacen la «buena vida» de los ovinos. Esa fe en el futuro, fue lo que la persuadió a ser agente federal, con la esperanza de poder rescatar «aunque fuera uno», sin reflexionar que en su empeño, se transformaba en un lobo que, para satisfacer sus buenas intenciones, vestiría piel de oveja pero sin renunciar a sus hábitos alimentarios.
Wayne Price –viejo compañero de viaje–, después de sucumbir frente al efecto Pigmalión(1) en su más reciente artículo(2), insiste –como Clarice–, en la emancipación de los corderos, sin advertir que éstos no quieren abandonar el establo y están dispuestos a morir con tal de asegurar la subsistencia, reproduciendo la misma docilidad generación tras generación y asegurando la explotación de lana, leche y carne in saecula saeculorum. Del mismo modo que actúan los presos que han cumplido largas condenas y se niegan a marcharse de la cárcel porque no saben qué hacer con su libertad y, prefieren el encierro (que les da cobijo y alimento) a la aventura de ser libres.
Conducta difícil de digerir por las «buenas conciencias», atrapadas en la exégesis ideológica –tan común en nuestras tiendas–, que les conduce a creer que mientras haya esclavitud, servidumbre, explotación, subordinación, racismo y pobreza, necesariamente habrá rebelión; como si la voluntad de libertad fuera un reflejo incondicionado del animal humano. Creen, obcecadamente, que el animal humano quiere ser libre. Esta ensoñación (¿o adormecimiento?) –patrimonio de cristianos, jacobinos y humanistas–, les impide despertar y les condena al tránsito eterno del sueño a la pesadilla. Es decir, a la utopía, repitiendo hasta el infinito las mismas acciones a la espera de resultados diferentes. Empero, la civilización occidental se erige sobre ese sueño, permitiendo que la servidumbre fantasee con el retorno a un pasado mítico en un futuro siempre mejor que el presente. Ahí radica el éxito de las revoluciones (de todos los tiempos) y de los demagogos populistas (de derecha e izquierda).
En su obsesión con las «organizaciones de masas», Wayne sueña con rebaños de corderos convertidos en tigres por obra y gracia de la Revolución. Al igual que Clarice, asume el rol del buen pastor y alimenta la esperanza de la emancipación de los corderos tras la erradicación definitiva del sufrimiento en la Tierra, dándole continuidad a los mitos que apuestan a la transformación integral de la vida humana. En su ingenuidad, no se percata que la raíz de todos nuestros males, yace precisamente en la visión religiosa que le inspira, heredera de esa teología –tan evidente en Marx– que subyace en la peculiar manera de interpretar la historia como un movimiento encaminado a un objetivo universal.
Lamentablemente, la historia del siglo pasado no es la del progreso de la laicidad, como a los izquierdistas les gusta pensar, sino el avance de las masturbaciones religiosas, asumiendo el «progreso» como una lucha gradual, desde la misma óptica transformadora que ha acompañado al cristianismo a lo largo de los siglos. Hoy, la fe secular en el advenimiento de un mundo nuevo, resurge en los neoconservadores revolucionarios que siguen aferrados a la mítica teoría marxiana sobre el paso del comunismo primitivo a la sociedad de clases y de ahí, el gran salto hacia el comunismo universal. Esta visión distorcionada (ideologizada) de la lucha, continúa cambiando de escenarios pero es incapaz de renovar el libreto o, de plano, estrenar una obra completamente diferente.
Por eso, el teatro de marionetas es su vocación inmanente. No es casual que en ese espacio histriónico cohabiten «las dos tendencias del anarquismo» que Wayne glorifica (como ejemplo fehaciente de corrección política), por su apoyo a «las protestas populares del Black Lives Matter». Tampoco es casualidad que asevere que ambas tendencias «se superponen». En efecto, superponiendo dos triángulos equiláteros se obtiene una estrella de seis puntas. Elegante eufemismo que evita la habitual expresión que les iguala: dos caras de una misma moneda. Ciertamente, lo que él identifica como «tendencias», son las dos corrientes de pensamiento que dieron origen al anarquismo decimonónico.
Si bien algunos malabares dialécticos reclaman que ambas corrientes pueden ser objeto de síntesis, alegando –como Wayne– que «se superponen»; frecuentemente, éstas se plantean contradictorias entre sí. Para unos, el anarquismo es la expresión moderna de un milenario anhelo de libertad, verificable en las más diversas culturas, sin importar el momento histórico ni la posición social de quienes lo sustentan y; para otros, el anarquismo es producto de un proceso histórico determinado, resultante de la lectura radical de la «lucha de clases» y, por ende, de la toma de partido en el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Para los que abrazan la primera postura, el anarquismo es concebido como una filosofía, una actitud existencial e, incluso, como un reflejo instintivo natural, consecuencia de una «programación» o una cadena de determinaciones genéticas(3). Para los que se afilian a la segunda interpretación, el anarquismo es una doctrina (ideología) que se concreta a través de un programa y una práctica con raíces sociales bien precisas y compromisos políticos definidos e históricamente ubicables.
Cabe señalar que a pesar de que estas diferencias de origen dan lugar a formulaciones doctrinarias y prácticas organizativas irreconciliables entre sí, en el fondo, ambas corrientes no son tan divergentes. En realidad, son dos variantes del liberalismo: humanismo y jacobinismo. Dos versiones del pensamiento de la Ilustración, que sueñan con sustituir la religión por un nuevo credo científico y, alcanzar la utopía de un mundo armónico mediante la acción humana. Sin embargo, la fe utópica en un futuro armónico, al igual que la creencia en el progreso, es herencia del cristianismo. De ahí la idea de la perfectividad humana en Godwig y el milenarismo de Tolstói.
La pretendida «síntesis» (o superposición) de estas dos variantes del liberalismo, lejos de reafirmar la teoría y la práctica anárquica, establece un parentesco con el humanismo y el jacobinismo del cual el anarquismo –desde su más temprana edad– dio cuenta oportuna, protagonizando la ruptura más violenta con ambas corrientes. Esencialmente, ese talante estaba ya presente en el accionar anárquico de Bakunin, quien a pesar de su fe revolucionaria (de influencia jacobina), supo romper con la Liga por la Paz y la Libertad, primero y, con la Internacional marxiana, después; dejando de manifiesto en actos el despuntar de una concepción teórico-práctica original e intransferible que daba sus primeros pasos en la lucha contra todo poder.
El olor de la revuelta
¿Percibe usted el olor de su sudor? Ese peculiar olor a cabra es característico del ácido trans-3-Metil-2 hexenoico. Recuérdelo siempre: es el olor de la esquizofrenia.
Dr. Hannibal Lecter, El silencio de los corderos.
La certera contraposición paranoico-esquizoide que establecen Deleuze y Guattari en Capitalismo y esquizofrenia. El Anti-Edipo y Mil mesetas, puede servirnos para una revisión crítica de las estructuras de poder (constituido y constituyente) en la sociedad contemporánea. Su análisis de las catexis sociales del inconsciente, radica en la distinción de dos polos de la catexis libidinal social, el polo paranoico, reaccionario y fascista, y el polo esquizoide revolucionario; es decir, refractario e insurreccional. «Los dos polos se definen, uno por la esclavización de la producción y de las máquinas deseantes a los conjuntos gregarios que a gran escala constituyen bajo determinada forma de poder o de soberanía selectiva, el otro por la subordinación inversa y la inversión de poder; uno por estos conjuntos molares y estructurados, que aplastan las singularidades, las seleccionan y regularizan las que retienen en códigos o axiomáticas, el otro por las multiplicidades moleculares de singularidades que tratan, al contrario, los grandes conjuntos como otros tantos materiales propios a su elaboración; uno por las líneas de integración y de territorialización que detienen los flujos, los agarrotan, los hacen retroceder o los recortan según los límites interiores al sistema, de tal modo que produzcan las imágenes que vienen a llenar el campo de inmanencia propio de ese sistema o de ese conjunto, el otro por líneas de fuga que siguen los flujos descodificados y desterritorializados, inventando sus propios cortes o esquizias no figurativas que producen nuevos flujos, franqueando siempre el muro codificado o el límite territorial que los separan de la producción deseante; y resumiendo todas las determinaciones, uno por los grupos sometidos, el otro por los grupos-sujetos.»(4)
Si realmente la esquizofrenia tuviera un olor particular –como erróneamente pensaban los psiquiatras hace cincuenta años(5)–, hubiésemos podido evidenciar la escasa participación de aguerridos esquizoides en las marchas de protesta de los últimos meses. Salvo espontáneas manifestaciones de nihilismo(6) y, honrosas excepciones que dieron rienda suelta a sus instintos anárquicos recurriendo a las mezclas químicas y a los ímpetus del fuego, los conjuntos gregarios que conformaban las protestas, se ubicaban (gustosamente) en el polo paranoico, impulsando la compacidad(7), sumidos en la añoranza de esos conjuntos molares y estructurados propios del ancien régime y la vieja normalidad de esclavos asalariados.
Estas protestas (simulacros de lucha) acaecen gracias a una patología de la identidad –una «pasión del ser», Lacan dixet– que afecta a los hiperracionales humanistas liberales, que buscan resarcir la democracia agregándole un sufijo (¡directa!) y, trasformar el Poder añadiéndole otro (¡popular!). Son los hijos y nietos de Abby Hoffman, que se esfuerzan en controlarlo todo para darle continuidad a las instituciones, rebautizándolas como “alternativas”, asegurando la buena salud del Estado con asombrosos malabares semánticos y, la prolongación del capitalismo a través de la autogestión de la miseria.
Pese a ello, el ingenuo Wayne, se pregunta si estos factores contribuirán a crear un movimiento anarquista en Norteamérikkka y le apuesta a la «militancia» de «la base demócrata de afroamericanos, latinos, trabajadores sindicalizados, mujeres, ecologistas, personas LGBT», para «sacudir el orden imperante»; como si todo ese conjunto gregario buscara algo diferente a la continuidad del sistema.
Razonamientos similares, han llevado a incontables «anarquistas» a votar por Joe Biden, llegando incluso a afirmar que «no votar es un acto a favor del supremacismo blanco». En este mismo tenor, durante las manifestaciones, se le cedía el micrófono a los líderes afroamericanos y latinos (y se guardaba silencio para escucharlos) para que nos revelaran el camino; en lugar de darles una efusiva bienvenida a tomatazos, huevazos o rocasos. ¡Como si el poder dejara de ser lo que es si se inviste de negro, café o rojo!(8)
La inmensa mayoría de los «latinos», los «trabajadores sindicalizados» y las «personas LGBT» –por mencionar tres casos concretos–, son ejemplos fehacientes de la continuidad y la reproducción al infinito del sistema de dominación. Basta señalar todo el bagaje identitario positivo y el statu quo que ha impuesto el establishment LGBTTTIQA, con sus proyectos «alternativos» y, su enfoque con perspectiva de «derechos» [al matrimonio, a la adopción, a ser policías, carceleros, militares y políticos (demócratas y republicanos)]; o el anhelo por la ciudadanía yankee de los migrantes latinoamericanos, atraídos por el «american way of life» y la quimera del progreso; o los trabajadores sindicalistas con su demanda de más trabajo (más capitalismo) y mayores sueldos que aseguren un mayor consumo (es decir, más capitalismo). Solo que en estos tiempos –de simulación y sucedáneos–, no es políticamente correcto llamar las cosas por su nombre.
Empero ¿qué opción tenemos los anarquistas contemporáneos en Norteamérikkka, entre el optimismo ingenuo de Wayne y, el pesimismo cínico de los que llaman a la inacción?
Considero que cualquier propuesta que pueda bocetar un proyecto anárquico en nuestros días –capaz de enfrentar en lo concreto al sistema de dominación hipertecnológico–, necesariamente invita al abandono de la visión utópica y, a la práctica consecuente de la insurrección permanente (sin sacrificios inútiles ni religiones laicas, sino extendiendo el ilegalismo a todos los confines). Ésa, es precisamente la visión que tratamos de articular desde la tendencia informal e insurreccional anárquica, explorando nuevas formas de destruir todo lo existente, con una práctica visceralmente opuesta a aquella que ha sido estipulada –desde hace siglos– para el humanismo cristiano y liberal.
Hoy el fuego es el único elemento que dota de substancia a la Anarquía. Mantenerlo vivo es nuestro propósito presente.
Gustavo Rodríguez,
Noroeste de Amérikkka,
4 de noviembre de 2020.
Posdata: Es evidente que con el triunfo de Biden llegan a su fin las protestas, de la misma forma abyecta que concluyó la rebelión chilena con la votación a favor de la nueva Constitución. Paralelismo que debe tomarse en cuenta antes de alimentar ilusiones en torno a las aspiraciones «libertarias» de la servidumbre voluntaria. Sin embargo, este señalamiento no debe entenderse como un llamado al inmovilismo, por el contrario, pretende ser una invitación al accionar anárquico, aprovechando esos breves instantes donde el rebaño rebasa a los perros ovejeros y cobra vida la Anarquía, pero sin depositar la más mínima esperanza en una hipotética confrontación final, sino concientes que la insurrección es permanente y nuestra tarea: destruir, destruir y destruir.
Posdata2: Para comprender mejor los recientes sucesos en Norteamérikkka, recomiendo la lectura del excelente trabajo de Flower Bomb (afrodescendiente, queer y anarquista), intitulado An Obituary for Identity Politics.(9) El resto de la literatura elaborada para la ocasión es panfletaria y/o apesta a liberalismo chomskyano.
(1) Al dar por sentado un innusual crecimiento del «movimiento» anárquista en Norteamérikka –fundamentando su percepción en la retórica de Trump y las crónicas de los medios de desinformación masiva al servicio de la dominación–, Wyne toma por anarquistas a los liberales con esteroides que impulsaban el voto de castigo contra Trump. Confunde el hiperactivismo innato del liberalismo radical, con el accionar insurreccional anárquico.
(2) Price, Wayne, The Need for a Revolutionary Anarchist Movement Has Never Been Greater, Fifth Estate # 407, Fall, 2020. Disponible en: https://www.fifthestate.org/archive/407-fall-2020/the-need-for-a-revolutionary-anarchist-movement-has-never-been-greater/ (Cosultado 31/10/2020).
(3) Tales son las conclusiones de Kropotkin, en su estudio sobre la evolución de las especies (El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, Editorial Proyección, Buenos Aires, 1970). Vale también recordar que Kropotkin consideraba posible fundar la ética del anarquismo a partir de raíces biológicas (La moral anarquista, Ediciones Júcar, Madrid, 1978 –publicación que también incluye el estudio inconcluso Ética, Origen y evolución de la moral. En este último trabajo pueden leerse verdaderas chifladeras como «en un ser sociable podía y tenía que desarrollarse, merced a esa ley de la herencia, no tan solo una inclinación a la vida en común, sino también a la igualdad de derechos y a la justicia», Óp. Cit., p.157).
(4) Deleuze, Gilles y, Guattari, Félix, Capitalismo-y-esquizofrenia. El Anti Edipo, Editorial Paidós, Barcelona, p. 377, 1985.
(5) La teoría sobre el olor de la esquizofrenia fue publicada en la revista Science en octubre de 1969. En este estudio, los investigadores Smith, Thompson y Koster, aseguraban que los esquizofrénicos segregaban un olor peculiar cuya composición denominaron TMHA (ácido trans-3-metil-2 hexenoico); cuatro años después la teoría fue desmontada. Para más información se recomienda visitar: https://science.sciencemag.org/content/166/3903/398 (Consultado 03/11/2020).
(6) Las manifestaciones de nihilismo no tienen motivación utilitaria, no son políticas ni ideológicas, no pretenden derrocar gobierno alguno, no piden empleos ni mejoras económicas ni reformas políticas ni transformaciones sociales, se escapan de estas codificaciones político-económicas, son “irracionales”, van más allá de la negación intrapolítica; articulan las pasiones reprimidas y la fuerza erótica de la sedición, creando subjetividades insurreccionales volátiles.
(7) Voegelin, Eric, Hitler et les allemands, Seuil, Paris, 2003, p. 216. Cfr. Abensour, Miguel, De la compacité. Architectures et régimes totalitaires, Sens & Tonka, Paris, 1997.
(8) El poder, ostente el color que ostente, es la intención subjetiva, la posibilidad y/o capacidad de una o varias personas de decidir sobre los demás aún en contra de su voluntad, generando en estos obligaciones, presiones morales, reacciones de obediencia y las acciones correspondientes.
(9) Disponible en: https://warzonedistro.noblogs.org/files/2020/06/An-Obituary-for-Identity-Politics.pdf (Consultado 03/11/2020).