La madrugada del miércoles 24 pasado, burlando los numerosos patrullajes de la zona y a escasos metros de un carro policial vigilante, colocamos y detonamos un artefacto explosivo en la entrada de la sede de la Conferencia Episcopal Boliviana, máxima representación de la Iglesia Católica en Bolivia.
Esta acción habla por sí misma. El objetivo fue dañar la infraestructura de la CEB y enviar el mensaje claro de que los abusos de la Iglesia no quedarán sin respuesta. Esta es la única contestación posible para una institución que insiste en torturar lxs cuerpxs con el fin de perpetuar su moral hipócrita.
Recientemente, una vez más, esta institución ha querido obligar a parir a una niña de 11 años. Prolongaron todo lo que pudieron su embarazo producto de una violación. Cada día que esta niña permaneció secuestrada por el arzobispado boliviano, coaccionada con amenazas morales es, a todas luces, una forma de tortura.
La violación es y siempre ha sido una estrategia política para someter, disciplinar y conquistar lxs cuerpos mediante el miedo. La Iglesia tiene mucha práctica y experiencia en esto.
Pero no es suficiente afianzar su poder pastoral torturando y violando a lxs niñxs bajo su tutela, sino que también pretende tener la potestad de decidir sobre lxs cuerpxs de las mujeres y niñas, sobrevolando como aves de carroña comunidades rurales, barrios, colegios y hospitales buscando a quién obligar a parir en nombre de Dios.
Estos empresarios de la fe, supuestos guías espirituales de autoridad divina, saben que la controversia les sirve de propaganda y los mantiene vigentes. Saben también que oponer una idea de «iglesia conservadora que se opone a la razón» deja la puerta abierta a posteriores propuestas de «iglesias renovadas» que anidan en Estados progresistas. No es una cruzada por la vida, la ética, ni siquiera la moral que pretenden imponer. Es una estrategia política para su propia preservación, construida sobre la instrumentalización del cuerpo de una niña.
Por eso, mientras se discute la contradicción entre Iglesia y Estado y el lugar o el rol que la primera debería tener en el segundo, solo damos lugar a la prolongación del sistema de opresión que ambos encarnan, porque se nos escapa, entre tanto, lo que subyace a esa falsa crítica: El poder pastoral es el precedente de la gobernabilidad moderna. Es la misma tecnología del poder ejercida sobre todxs y sobre cada unx, basada en la sujeción y la sumisión del individuo. Habrá cambiado de forma, pero no de mecanismo.
Esta acción, no es, por lo tanto, un reclamo al poder estatal por el espacio de acción que da a la Iglesia. Es un ataque frontal a la racionalidad política que subyace a ambos.
¿Quién, sino el estado-policial, ha salido hoy a defender los preciados muros de la Institución Católica? ¿O acaso no es aquel el que siempre se ocupa de dejarle su tajada de control a ésta sobre los ámbitos fundamentales de la vida cotidiana de las personas? «Sobre el cuerpo y la vida de esta niña, decido yo» vociferan el violador, la Iglesia y el Estado al unísono. He ahí cómo lxs tres encarnan la lógica del poder patriarcal.
En cualquier caso el resultado es el mismo: el cuerpo sometido, la voluntad quebrada. Nosotras sabemos que lo único que les importa de la vida es administrarla para la perpetuación de sus privilegios.
No nos hacemos eco de la consigna «Iglesia y Estado asunto separado», decimos, en cambio: no daremos tregua hasta que ambos sean asunto acabado. Que sepan que nunca tendrán nuestra pasividad frente a su violencia sistemática.
¡Que ardan sus templos y su moral!
¡Por el fin del patriarcado, el Estado y el capitalismo!
¡Hasta acabar con toda forma de opresión!
Anónimas por la Destrucción del Patriarcado
Video del momento de la explosión: