APROXIMACIONES A LA SITUACIÓN EN BOLIVIA DESDE LA PERSPECTIVA INSURRECCIONAL ANÁRQUICA1
Mucho se ha escrito en estos días sobre la «renuncia» de Evo Morales, ex jefe del Estado boliviano. Como era de esperarse no han faltado los posicionamientos furibundos en torno al tema –a la derecha y a la izquierda del Capital–, respaldando o atacando (según el caso) al depuesto mandatario. Particularmente pródiga han sido las crónicas y aproximaciones a este suceso a partir de la visión «nuestralatinoamericana» y del «anti-imperialismo» más ortodoxo.
Sucede que llevamos años dependido de las interpretaciones y los análisis ajenos –mismos que ya no pueden ser considerados medianamente aceptables desde el barruntar anárquico contemporáneo– y, acuciados por la necesidad de reflexión, han comenzado a expresarse otras narrativas con nuestra inconfundible «marca de fábrica».
Precisamente, es en este marco de reflexiones que se asientan las páginas que siguen, escritas con su propio bagaje de experiencias y con redoblado énfasis en los constantes desafíos del naciente paradigma ácrata que se extiende día con día por el planeta en clave internacionalista, objetando todas las mediatizaciones edulcoradas y los proyectos reformistas que lo desvíen de su accionar insurreccional. Por ello, el abordaje de la situación en Bolivia desde la perspectiva insurreccional anárquica, se erige como tarea imprescindible en nuestro tiempo.
En el contexto geopolítico de un mundo tripolar (EE.UU/China/Rusia), donde paradójicamente, ya no se enfrentan programas ideológicos «opuestos» sino tres mutaciones del expansionismo hipercapitalista más pedestre, no debe quedarnos duda que hoy no hay «bando» a defender en el poder ni «bloque» al que plegarse. Aunque, siendo consecuentes, habría que reconocer que para las y los anarquistas de praxis, nunca ha habido un «bando» a defender en el poder y, mucho menos, un «bloque» al que plegarse. Al contrario, desde los primeros instantes de la farsa bipolar, durante la llamada «guerra fría» del pasado siglo, siempre se hizo hincapié en «los dos imperialismos», revelando la grosera falacia de la «dictadura del proletariado» y la imposición –a sangre y fuego– del capitalismo de Estado en nombre del socialismo «realmente existente».
Desde la trinchera teórico-práctica de la Anarquía, se confrontó el contundente embate de la Revolución Rusa de 1917 y se resistió sus demoledores efectos sobre nuestro movimiento. Con igual enjundia se exacerbaron las diferencias entre ambos proyectos y, se rechazó tajantemente todos los regímenes comunistas y las revoluciones burguesas (nacional-populistas) que se suscitaron –la mayoría de ellas financiadas por Moscú– a lo largo del siglo XX.
Lamentablemente, no faltaron en nuestras tiendas, ciertas desvirtuaciones –embutidas en la escena– promoviendo híbridos ideológicos de torcida manufactura que, anteponiendo el prefijo «anarco», iban agregando a la lista una retahíla larga de ideologías intrusas de imposible integración coherente con puntos esenciales del pensamiento anárquico. De tal suerte, cobraron vida verdaderos Frankenstein bajo rótulos descabellados (anarco-bolcheviques, anarco-nacionalistas, anarco-guevaristas, anarco-populistas; etc.). Justo desde esas incongruencias, en el siglo pasado se indujo a tomar partido por las dictaduras comunistas y los «gobiernos progresistas», optando cínicamente por el «mal menor» y por la opresión revolucionaria bajo el capitalismo de Estado («mucho más humana»).
El nuevo modelo hipercapitalista multicéntrico en la era postindustrial, ha impuesto un orden global depredador –de la mano de la nanotecnológica y la revolución digital– cuya singularidad radica en la promiscuidad de ideologías y modelos productivos, donde conviven armónicamente múltiples regímenes de opresión y explotación que incluyen el trabajo esclavo –en cárceles, plantaciones, minas, fábricas, prostíbulos y laboratorios de narcóticos (a la usanza del Siglo XVIII)–, el usufructo de las denominadas «fuerzas productivas» (trabajo asalariado) y, la autoexplotación imperante en la presente «sociedad del rendimiento» que ha transfigurado la otrora «guerra de clases» en lucha contra sí mismo.
Este espectáculo dificulta aún más a los reductos híbridos continuar con la opción por el «mal menor» y, los cínicos posicionamientos, adoptando un «bando» gobernante o un «bloque» de poder. Empero, aún existen nucleamientos e individualidades que en nombre del «Poder Popular» insisten en autodenominarse «anarquistas» y defender –en franca contradicción– gobiernos populares, Estados populares, ejércitos populares, policías populares, cárceles populares, fusilamientos populares y así hasta el infinito cualquier enajenación populista, distorsionando la teoría y la práctica anárquica y, engrosando el conjunto de obstáculos que enfrenta el presente desarrollo del anarquismo.
Lastimosamente, en Bolivia también adquirieron vida estas desvirtuaciones animando pomposas siglas en nombre del neoplataformismo2 e, imponiendo en la escena un verdadero engendro ideológico al servicio del Movimiento Al Socialismo (MAS) y del Estado boliviano bajo el gobierno del primer presidente indio, al que no dudaron adherirse «anarcoindigenistas», pseudointelectuales «pachamamistas» e «investigadores académicos», iluminados por la «pluralidad democrática» y la multiculturalidad. Estos mercenarios, desde sus reacomodos conceptuales, no titubearon en echarle flores al desarrollo del «capitalismo andino» ni vacilaron a la hora de marginar, hostigar y delatar el incipiente brote de prácticas informales que se atrevía a confrontar al Estado; enviando a la cárcel de San Pedro al compañero Henry Zegarrundo3 y forzando a compañeras y compañeros a exilarse.
Estas prácticas nefastas se aunaban a un amplio inventario histórico de documentadas deserciones y convenientes «traslaciones» en el transcurso del truncado anarcosindicalismo en la región boliviana.
Contra las aseveraciones de algunos historiadores e historiadoras que han profundizado en el tema –descartando de antemano, las argucias nacionalistas y las tergiversaciones leninistas (particularmente trotskas4)–, son absolutamente impugnables las afirmaciones que, plagadas de interpretaciones ad hoc, ensanchan la vida del anarcosindicalismo boliviano hasta mediados de la década de 1960, engarzando de manera caprichosa anécdotas y testimonios de militantes de la FOF5 (otrora aguerridas luchadoras anarcosindicalistas) que terminaron oliéndole los pedos a Fidel Castro en La Habana, como representantes del «ala izquierdista» de la Central Obrera de Bolivia.6
Pese al profundo arraigo del anarquismo de praxis en el Cono Sur –con su consecuente accionar ilegalista e insurreccional––y, la proximidad geográfica con reconocidos puntos de irradiación, Bolivia nunca fue alcanzada por el influjo de esta tendencia. Por el contrario, el desarrollo tardío de las ideas libertarias (1905/1906), estaría representado de manera embrionaria por pequeñas agrupaciones liberales de marcado apego mutualista7 que pronto transitarían, casi clandestinamente, hacia el anarcosindicalismo. Estos primeros núcleos se asentarían en las ciudades de La Paz, Oruro y Potosí, siendo las dos primeras las ciudades donde se registraría su mayor crecimiento cobrando un verdadero espíritu movimientista en la década de los 20 del siglo pasado.
El anarcosindicalismo en Bolivia languidecería drásticamente tras la Guerra del Chaco (1932-1935), frente al predominio del nuevo sindicalismo corporativista en manos de la Komintern y el nacionalismo revolucionario. La Federación Obrera Local (FOL)8 continuaría deshilachándose lentamente hasta 1952, pero la Revolución nacionalista le daría su tiro de gracia, no si antes haber dejado un extenso y vergonzoso listado de desertores, delatores y diputados. Sin embargo, todas esas infamias no mancillarían los nombres de un grupo de hombres y mujeres irreductibles que sabrían ser anarquistas hasta las últimas consecuencias. Lo que ha motivado la meticulosa revisión de la historia por parte de una generación de refractarios, provocados por la urgencia de análisis propios y, por la necesidad de hacerse cargo de la narración y sistematización de nuestros pasos.
En nuestras manos, justamente tenemos uno de esos análisis –a cargo de diversas autorías–, totalmente alejado de las tendencias “oficialistas” y los tropeles partidistas involucrados en la rapiña y la vigente lucha por el poder político en territorio boliviano; escrito con el filo frío de una daga, hunde con agudeza una firme declaratoria en torno a la presente situación boliviana e, intenta esbozar los posibles recorridos vitales, aquí y ahora, desde la informalidad y el placer de la acción anárquica insurreccional, aventajando un implacable ejercicio de crítica a todo Poder, a cualquier Programa pre-enlatado, a toda organización rígida y, a los modelos sacrificiales y/o inmovilistas precedentes que se habían guarecido en nuestras tiendas.
En esa tesitura, el presente texto nos ayuda a cimentar un panorama reflexivo rupturista, a la par que reafirma nuestro posicionamiento frente a las transferencias de dominio e impulsa la potencia de esa tendencia anárquica, informal e insurreccional, que se propaga a lo largo y ancho de Latinoamérica y el mundo, dando cuenta de «los sediciosos despertares de la Anarquía» –Rafa Spósito dixet– en el Siglo XXI.
Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra,
10 de marzo de 2020.