APOLOGÍA DEL ILEGALISMO

apologia

“Si la furia del pueblo igualara a su paciencia, nadie se atrevería a convertirse en gobernante”
R.F.R.

Abúlicos y decepcionados; cínicos y arrogantes; melancólicos e introvertidos, incluso confiados y, aparentemente, satisfechos; vivimos todos nosotros sumidos en el más profundo de los temores. Hay miedo al futuro, al porvenir, a lo que nos deparará un inexistente “destino”, al ensañamiento con que podría tratarnos la vida. También hay miedo al pasado, a lo pretérito, a los “esqueletos del armario”, a la descodificación de nuestros “demonios”… y en cada uno de esos casos se repite una constante: Miedo al Castigo.

La ingenuidad -que no perdemos ni en nuestra vejez- consiste, precisamente, en el supuesto desconocimiento de dicho fenómeno.

Tenemos miedo a que nos reprueben por lo que “podemos” llegar a hacer, y miedo a que nos fustiguen por lo que “hemos” hecho. No nos importa comprender “porqué” se nos castiga, ni descubrir “quién” lo hace, ni cuestionar la “superioridad” de quién se arroga el derecho de aplicarnos la férula. Si se nos castiga: “algo habremos hecho para merecerlo”, quién nos castiga: “es siempre un organismo que vela por el orden y la seguridad”, su “superioridad” reside: “en que los individuos que lo componen son un dechado de virtudes, con una solvente y elevada catadura moral”… sí, a estas mamarrachadas llega la dialéctica jerárquica.

No queremos cuestionar la dudosa belleza de estos eufemismos; nos atreveremos, sin embargo, a remover su fondo. Si se nos castiga: “es únicamente porque alguien obtiene un rédito de ello”, quién nos castiga: “es siempre un organismo represor que fomenta el abotargamiento y el miedo”, y su “superioridad” reside: “únicamente en la fuerza bruta”, es esta, y no otra, la “virtud augusta” sobre la que reposa su cetro.

Sin temor a caer en “dogmatismos” hacemos nuestras las palabras de Albert Libertad: “Todas las leyes son malvadas, todos los juicios son inicuos, todos los jueces son malos, todos los condenados son inocentes”.

Interroguémonos detenidamente ¿Acaso quiénes nos castigan son mejores que nosotros? No; sencillamente sus intereses -por cierto, nada altruistas- son distintos que los nuestros: nuestra igualdad material mermaría radicalmente sus ganancias, nuestra expansión creativa aboliría su mecanicismo industrial, nuestra voluntad paralizaría la rueca que hace girar su sistema, nuestra felicidad consciente y autosuficiente invalidaría su tutela, y en definitiva, nuestra Libertad erradicaría su Poder.

Insalvablemente estas antinomias deberían de emplazarnos al conflicto, sin embargo, el hecho de que el Estado haya sabido ceñirse como una correa al cuello de la Sociedad, y que esta correa haya sido “sabiamente” manejada, tanto por los “prohombres” del capital “blanco”, como por los “próceres” de la política “roja”, es lo que ha determinado que sus intereses hayan prevalecido sobre los nuestros. Es esta dinámica la que establece, tal y como decía Stirner, “que nuestra violencia sea un crimen y la suya un derecho”, que nuestros atentados contra la propiedad sean un “robo” y que su habilidad para esquilar a los “rebaños humanos” sea considerada “iniciativa empresarial”.

Ya Sade les conminaba a “abrir las cárceles o a suministrar la prueba, imposible, de su virtud”, hace más de 200 años de aquello y aún no han pasado ninguna de las dos cosas… será menester entonces empezar a “tomar”; y tildar de imbéciles a todos aquellos que sigan esperando “recibir”.

No queremos encubrir nuestro llamamiento: convocamos a todo Individuo a violar todas y cada una de las leyes y preceptos que se le impongan y que no estén en plena concordancia con su propia sensibilidad. Nosotros no queremos teorizar, ni resignarnos, ni aguantar los latigazos con la esperanza futura de que nos cubra una “Gran Noche”. Nosotros queremos Vivir. No hace falta cultivarse, ni fortalecerse, ni “reflexionar fríamente”; llevamos siglos de “reflexión”, de “aprendizajes” y “gimnasias”, lo que queremos es, llanamente, Existir, con toda la fuerza de la palabra. Si esto incluye todas las demás cosas, hagámoslas sin más, pero que no sean estas un prerrequisito para la vida, lo que pretendemos es todo lo contrario: queremos que todas esas cosan sirvan como un medio para facilitar y hacer más gozosa la vida; y no que la vida sea un medio para lograr alcanzar todas esas cosas.

Queremos aullar allí donde nos apetezca, queremos pensar en todo aquello que deseemos, y queremos poder expresarlo de la forma que más gustemos; queremos escribir, cantar, pintar, y danzar tal y como se nos antoje; queremos comer, beber, dormir y vivir tal y como decidamos, y queremos que todas estas cosas puedan estar al alcance de todos y cada uno de nosotros.

Tal y como decía Kropotkin: “Nuestra acción debe ser la rebelión permanente con la palabra, con la letra impresa, con el puñal, con el fusil, con la dinamita. Como rebeldes que somos, actuamos consecuentemente y nos servimos de todas las armas para golpear. Todo es bueno para nosotros, excepto la legalidad”.

Este planteamiento adquiere sus tintes más prácticos en estos días de hambres y censuras. Queremos que el nómada tome posesión de un techo, sin más prescripción que su Voluntad. Queremos que el famélico asalte los insultantes expositores de abundancia, y que el sediento satisfaga sus pulsiones biológicas allá donde le plazca. Queremos poder maldecir, una y mil veces, a quienes negocien con la cultura, queremos poder llamar ladrones a todos esos hijos de la gran S.G.A.E, ladrones y cien mil veces ladrones, que no contentos con vaciarnos el estómago pugnan por vaciar nuestras cabezas. Queremos poder condenar al tártaro a todos los abortos cortesanos que día tras día sigue vomitando la Monarquía, queremos poder recomendar la guillotina para una institución que ya nació bajo el signo de la caducidad y la decadencia, queremos poder gritar que Juan Carlos I debe también ser el último, y que su cabeza debería descansar dentro de una cesta; y no debajo de una corona.

¿Os suenan fuertes estas palabras? Pues he aquí, ante vuestros ojos, una prueba fehaciente de ese miedo “invisible” del que antes os hablaba.

¿Os da miedo el Ilegalismo? sí, a todos vosotros, esos que clamáis por la “Revolución y la Redención Humana”, entonces desterrad de vuestros labios esos términos, pues, parafraseando a Mauricius, “¿Qué es la Revolución más que un acto de Ilegalismo en masa?”.

Por: El Hombre Guillotina