En Chile periódicamente los anarquistas saltan a la tribuna siempre efímera de la opinión pública, ya sea por hechos de violencia o por cuestiones políticas. En la mayoría de los casos la vieja caricatura que les homologa con el terror y la rebeldía infantil se repite una y otra vez, impidiendo conocerles o al menos formarse una idea un poco más compleja al respecto. Con la intención de esbozar una imagen introductoria para la conversación y discusión con aquellos y aquellas a quienes la curiosidad les impulse a explorar estos parajes, tanto en este como en otros confines, nos hemos propuesto trazar a continuación una breve síntesis del desarrollo de las iniciativas anarquistas en la región chilena. Infinidad de detalles, variantes y contradicciones serán excluidos y terribles generalizaciones surgirán en honor a la brevedad, puesto que un movimiento tan múltiple e inasible es imposible de encajar en un solo relato armónico. Por lo mismo y en el fondo no me queda más que invitarles a iniciar sus propias y libres búsquedas.
Antes de comenzar precisamos hacer una advertencia metodológica y política. El anarquismo -hoy como ayer- es un conjunto de iniciativas orientadas a construir relaciones ajenas a toda clase de autoridad. Sin embargo, “los caminos” para lograr tales planteamientos suelen ser variados e incluso contradictorios. Por lo mismo no debe resultar extraña su dispersión y la diversidad e incompatibilidad de estrategias entre sus distintos polos. Innumerables temas han generado agrias polémicas internas. Muchos no reconocen como tales a otros que, utilizando discrepantes propuestas, se reivindican como anarquistas o libertarios. La constatación de todo lo anterior, tanto en el presente como en su pasado, es vital para comprender el desarrollo de este universo ideológico.
Aún cuando actualmente pereciera ser un fenómeno juvenil y hasta un tanto exótico en relación con la tradición de la izquierda chilena, hegemonizada durante décadas por el marxismo, el anarquismo –y su multiplicidad- tiene una extensa y rica historia en los movimientos sociales criollos. Historia que se remonta hasta las últimas décadas del siglo XIX cuando algunos inmigrantes del Viejo Mundo compartieron a un puñado de inquietos e inquietas estas subversivas ideas. Conceptos y propuestas que se enfrentaron, influyeron y permearon de la peculiar realidad local.
En Valparaíso y Santiago surgieron los primeros nodos registrados fehacientemente, siendo El Oprimido de 1893, el decano del medio centenar de publicaciones anarquistas que hubo en el país. Pero fue a partir del cambio de siglo (1898-1907) cuando estas ideas comenzaron a introducirse efectivamente mediante la explosiva germinación de grupos, sindicatos, periódicos, ateneos y cuadros teatrales. Junto con animar y acompañar incontables huelgas desatadas en medio de la llamada Cuestión Social, sus diversos nodos aportaron una serie de innovaciones.
En el terreno sindical introdujeron las sociedades de resistencia (antecedentes del sindicato moderno) y la idea de que las personas debían luchar mediante la acción directa, es decir, al margen del Estado y los partidos políticos, para conquistar sus reivindicaciones.
En el espacio político y cultural difundieron con éxito una serie de “nuevas causas” tales como la solidaridad internacional de los trabajadores, la emancipación de la mujer, el naturismo, el amor libre, la autogestión, la conmemoración del 1° de Mayo, la resistencia al servicio militar, el esperanto, las colonias comunistas y las escuelas racionalistas, la educación sexual, el anticlericalismo. Por último, en un país en donde el analfabetismo alcanzaba a la mayoría de la población, y los saberes ilustrados eran privativos de las élites, los ricos circuitos culturales anarquistas –ateneos, grupos de teatro, periódicos, bibliotecas, conferencias- incentivaron con inusitada voluntad la libre exploración de conocimientos. Desde luego no todo era color de rosas, pues diversas expresiones autoritarias que hoy podríamos englobar como patriarcales, mesiánicas, eurocéntricas o cientificistas, por ejemplo, se entremezclaban en sus prácticas públicas y privadas. Intentaban obrar en forma distinta, pero no por ello eran inmunes a los valores de la sociedad en que vivían.
Una de las peculiaridades del devenir anarquista en la región chilena en sus primeras décadas es que aun cuando contaban con una amplia red de contactos e intercambios de información a nivel mundial, y con la presencia activa de algunos inmigrantes en sus filas, casi la totalidad de sus activistas más notorios eran jóvenes, hombres y mujeres, criollos.
Antes de avanzar en el tiempo recordaremos que el horizonte libertario estuvo muy presente en las grandes manifestaciones obreras de aquellos días: Valparaíso (1903), Santiago (1905), Antofagasta (1906) e Iquique (1907). Varias sociedades de resistencia se gestaron por su iniciativa entre panaderos, obreros de ferrocarriles, de imprentas, zapateros y aparadoras, carpinteros y trabajadores portuarios, principalmente. En 1906 fundaron la Federación de Trabajadores de Chile, una de sus primeras centrales obreras.
Claramente no estaban solos. Otras corrientes reformistas y revolucionarias como el Partido Democrático (1887) o el Partido Obrero Socialista (1912) -transformado en Partido Comunista en 1922- también alentaban los conflictos sociales y fomentaban el desarrollo cultural de los sectores populares.
La segunda década del siglo XX estuvo llena de sucesos que periódicamente ponían a los anarcos en las portadas de la prensa. El doble homicidio político de Efraín Plaza Olmedo, en julio de 1912, dividió a los anarquistas en torno al uso de la violencia, al mismo tiempo en que la élite justificaba nuevas medidas represivas. Mientras tanto y con la excusa de desbaratar “planes explosivos” frecuentemente la policía arremetía con prisión, tortura y juicios criminales contra los grupos y periódicos libertarios.
No obstante, la actividad ácrata, descentralizada y muchas veces efímera, pujaba con fuerza. Existían, por ejemplo, interesantes iniciativas funcionando en Antofagasta, Punta Arenas y otras ciudades. En Valparaíso colaboraron en la victoriosa huelga general de 1913 contra el retrato forzoso (Huelga del Mono). Fundaron allí la Federación Obrera Regional Chilena, la FORCH (1913-1917), organización sindicalista libertaria afín a sus pares en Argentina, Uruguay y Perú. Colaboraron también en las grandes manifestaciones de arrendatarios y en contra del alza de los precios de la locomoción colectiva. Y no faltaron las huelgas y campañas en solidaridad con los presos y perseguidos políticos en Chile y el mundo.
A nuestro juicio, entre 1917 y 1925 se desarrolló el periodo en que los anarquistas y los sindicatos que hegemonizaban (zapateros, tipógrafos, panaderos, estibadores y obreros de la construcción), impactaron con mayor fuerza en la sociedad chilena. Por algunos años la central obrera IWW (Industrial Workers of The World), fundada en 1919, aglutinó a varios gremios libertarios en todo el país, especialmente en Iquique, Valparaíso, Santiago, Rancagua, Talca, Concepción y Talcahuano, y en los puertos desde Arica hasta Punta Arenas. La influencia cultural y política de los anarquistas se hacía sentir también con mucha fuerza en la Federación de Estudiantes de Chile, en la Asociación General de Profesores y en la Federación Obrera de Magallanes.
Con todo, tampoco estaban exentos de conflictos internos. A mediados de la década de 1920 los gremios libertarios se dividieron en dos polos casi irreconciliables. Por una parte estaban los IWW que proponían organizarse por industrias (uniendo a varios oficios), y por otro lado se posicionaban los llamados sindicatos autónomos, que preferían relacionarse entre oficios (independientes) y de forma más descentralizada y federalista que los IWW. En 1926, estos últimos, que ya eran mayoría en el mundo anarquista, refundaron la FORCH.
El espectro libertario era tan conflictivo que el Estado y los comerciantes debieron recurrir a diferentes estrategias para detenerlo, desde la persecución a su prensa hasta la prisión de los activistas más visibles. La Ley de Residencia de 1918, creada para expulsar a extranjeros subversivos, es una de las tantas muestras de ese ánimo cada día más represivo. En 1920, sin ir más lejos, agentes de la policía de Valparaíso elaboraron un montaje dinamitero para detener a la IWW. En el bullado “Proceso de los subversivos”, en donde se les acusó de “agitadores pagados por el gobierno peruano”, fue encarcelado más de un centenar de sindicalistas. El joven poeta José Domingo Gómez Rojas murió tras las rejas el 29 de septiembre. La farsa quedó al descubierto en 1921.
Las dramáticas expresiones de la pobreza urbana, la Revolución Rusa, la crisis del salitre y la consiguiente cesantía, el aumento del costo de la vida, la consolidación del sindicalismo revolucionario, las incontables huelgas y otros factores locales y extranjeros incidieron en un continuo auge de la conflictividad social. La necesidad de frenar esta situación, sumada al ascenso de los grupos mesocráticos a los espacios políticos formales derivó en una paulatina transformación del Estado y su relación con los movimientos sociales. Desde algunas iniciativas parlamentarias aisladas, se derivó, no sin contratiempos, a la promulgación de las llamadas Leyes Sociales (1924-1925), proceso que modificó para siempre el mundo sindical chileno. El viejo discurso antiestatal de los libertarios, que tuvo bastante eco en los años del Estado ausente, perdió atractivo en este nuevo escenario. Muchos obreros y obreras prefirieron luchar al alero de las instituciones gubernamentales en lugar de preservar la autonomía que exigían los gremios ácratas. La transformación de la política estatal en materia laboral explica en gran parte la posterior crisis del anarquismo. Otra razón notable fue el auge de los partidos de izquierda, sobre todo el Comunista y el nuevo Partido Socialista (1933).
Contrario a lo que se tiende a pensar, el movimiento libertario no desapareció con la represiva Dictadura del General Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), aun cuando la persecución, la cárcel, el exilio, la tortura y el asesinato habían mermado sus filas. De hecho, según nuestros estudios, ocurrió un fenómeno bastante peculiar que hemos denominado “de crisis hacia afuera y auge hacia adentro”. El anarquismo y el sindicalismo libertario de los años treinta fue mucho más diverso, numeroso y efectivo, aunque menos influyente para la sociedad chilena, que el existente en la década anterior. El desarrollo y la consolidación nacional de la Confederación General de Trabajadores, la CGT (1931-1953) y de sus conflictivos sindicatos (imprentas, estucadores, electricistas, pintores, gasfíteres, canteros, marmolistas, hojalateros, sastres, zapateros, camineros, carpinteros, ladrilleros), el auge de iniciativas culturales, la generación de una decena de sindicatos campesinos y de innumerables grupos de propaganda en todo el país, testimonian este hecho. Activos núcleos se desarrollaban en Arica, Iquique, Antofagasta, Tocopilla, Copiapó, La Serena, Coquimbo, Valparaíso, Viña del Mar, San Antonio, Santiago, Rancagua, Talca, Curicó, Linares, Chillán, Concepción, Talcahuano, Temuco, Valdivia, Osorno y Puerto Montt, especialmente.
En esa década, además de las tradicionales disputas económicas (reducción de jornadas laborales, aumentos de sueldos, convenios colectivos), los gremios y grupos libertarios se movilizaban por el cese de las legislaciones represivas de turno: libertad de prensa y organización; mejores condiciones de vivienda, cultura, educación y salud; fin del latifundio y cese de atropellos al pueblo mapuche; campañas antifascistas locales y en solidaridad con sus afines en la Guerra Civil Española (1936-1939). Por último, los IWW contaban con un activo Policlínico autogestionado (1923-1954) y los grupos de teatro libertario se desplegaban animosos por toda la geografía (hubo más de cincuenta).
Pero la historia caminaba en otra dirección. Todas las razones antes expuestas, unidas ahora a la descoordinación y a las divisiones internas de la CGT y de los ácratas en general (motejándose de “puristas” o “economicistas” según la trinchera), así como la pérdida de hegemonía en sus oficios históricos, aceleraron la marginación del anarquismo de los movimientos sociales chilenos. Los bastiones en donde su impronta permaneció por más tiempo fueron la Unión en Resistencia de Estucadores (1917-1973), la Federación de Obreros de Imprenta de Chile (1921-1973) y en grado importante en la Federación Obrera Nacional del Cuero y del Calzado (1949-1973), todas con filiales en varias ciudades del país.
Quizás los últimos episodios de trascendencia nacional en donde algunos gremios libertarios tuvieron activa participación fueron la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT) en 1953 y la ejecución de la Huelga General del 7 de Julio de 1955. No obstante, pronto serían marginados de la principal organización obrera por los partidos políticos de izquierda que allí existían.
Desde luego, la participación en estas y otras iniciativas también eran motivo de polémicas internas. El devenir y la valoración de la Federación Anarquista Internacional (1947-1960), que por un tiempo aglutinó a la mayoría de los libertarios, la Revolución Cubana y la política de alianzas con partidos marxistas de algunos sectores, motivaban también ácidas discusiones.
Para los años sesenta, la presencia antiautoritaria se reducía a un puñado de individualidades, grupos y a unos pocos sindicatos de estucadores, metalúrgicos, comerciantes de pescado, obreros gráficos y del calzado. Un amplio espíritu revolucionario recorría el Continente, pero los ácratas, carentes de recambio generacional y sin mayores lecturas actualizadas de la realidad, poco entusiasmaban. La izquierda marxista –en sus varias vertientes- les arrebataba sus sindicatos y se desarrollaba con mucha fuerza, sobre todo entre la juventud.
Atrás quedaban los varios aportes que los libertarios habían transmitido a los trabajadores y trabajadoras del país. Las conmemoraciones del Primero de Mayo, las sociedades de resistencia, los primeros contratos colectivos, la conquista de las jornadas laborales de 8 y 6 horas (1917 y 1931, respectivamente), la redondilla de los estibadores, los policlínicos y grupos teatrales auto-gestionados, la influencia en escritores y artistas (Manuel Rojas, José Santos González Vera, Óscar Castro), y otras manifestaciones de la diversidad ácrata parecían fantasmas de un pasado bien distante.
El anarquismo que llegó a los años de la Unidad Popular (1970-1973) era extremadamente marginal. Su lucha por extender las transformaciones sociales de forma autónoma y más allá del Estado, planteándose en contra de la derecha y de los partidos de izquierda al mismo tiempo, no tuvo mayor eco. Por lo mismo cuando vino el Golpe de 1973 la violencia estatal no se desató directamente sobre ellos, pues no eran mayor amenaza, o no al menos en comparación a los partidos de izquierda. En todo caso algunos libertarios fueron encarcelados y otros tantos se vieron obligados a abandonar el país. La antigua compañera Flora Sanhueza falleció producto de las torturas.
Paradójicamente el contexto de aguda represión de la Dictadura Militar (1973-1989) fue testigo del paulatino resurgir del movimiento libertario en el país, en tanto la rearticulación en el interior, sumada a la solidaridad internacional que los anarquistas chilenos exiliados en Europa ayudaban a coordinar, acabaron con la crisis de iniciativas que arrastraba el movimiento desde los años cuarenta. Con fachadas de clubes deportivos, centros naturistas, y por medio de sindicatos, organismos de derechos humanos, talleres barriales y cooperativas, algunos intentaban operar en la clandestinidad. También hubo quienes se concentraron en actos de sabotaje y lucha armada.
Tras el retorno a la Democracia en los años noventa continuó ese auge, facilitado gracias al “retorno” de activistas desde Europa, la porfiada propaganda de antiguos compañeros, y sobre todo mediante una nueva ola de interés juvenil por este “extinto ideario”, interés favorecido también por la crisis de los llamados socialismos reales y del propio discurso autoritario. Algunos primeros núcleos eclosionaron en la capital, en Concepción y en Temuco. Más tarde y de forma paralela, se han creado y han desaparecido iniciativas en toda la región. La música punk, la subcultura, el ecologismo radical, la lucha anti-carcelaria, los grupos armados, la autodeterminación del pueblo mapuche, fueron algunas de las vertientes de las que bebieron estos nuevos anarquismos. Todo acompañado de mucha creatividad, virtudes, miserias y disputas internas, desde luego.
Anarquistas de hoy
Durante años el resurgir de sus diversas expresiones se estaba desarrollando sin mayor ruido mediático en poblaciones, universidades, circuitos contraculturales y en casas okupadas. Innumerables talleres, foros, libros y publicaciones, fanzines y periódicos, colectivos y grupos de música punk, emprendían luchas contra el servicio militar, la vía electoral, el progreso depredador, el sistema carcelario, el especismo, el patriarcado. Temas de discusión interna eran la unidad, el salir de sus guetos, el tipo de participación en los movimientos sociales y el uso de la violencia contra las instituciones autoritarias. Por cierto que no existía acuerdo general. De hecho, este último punto, hoy, al igual que en toda su peculiar historia, ha sido el que finalmente les sacó del anonimato.
Se podría indicar que más o menos desde el 2006 el anarquismo ha vuelto a llamar la atención de los grandes medios de comunicación y de la opinión pública de forma sistemática. El coctel molotov arrojado a La Moneda (palacio de Gobierno) en septiembre de ese año actuó como una señal premonitoria. Ya empezaba a relacionarse directamente los desórdenes callejeros con los llamados violentistas, capuchas y lumpen, englobados todos finalmente con el genérico mote de anarquistas. Paralelo a ello cientos de atentados explosivos contra cajeros y edificios representativos del poder se han ejecutado en el país.
Ciertamente existen algunos sectores afines a esos métodos que se reclaman antiautoritarios e insurreccionalistas, y otros que apoyan este tipo de actos de forma parcial y crítica, pero es un error atribuir esos caminos a todos los anarquistas, aun cuando las campañas de solidaridad sobrepasan muchas veces el campo de las plenas afinidades. Con todo, actualmente hay varios anarquistas y antiautoritarios encarcelados o siendo procesados judicialmente.
La homologación de la violencia y hasta del terrorismo con el anarquismo que realiza continuamente la prensa de masas en Chile es una clara expresión de persecución política. El Caso Bombas (2009-2012), proceso que llevó a la cárcel a 14 personas bajo la acusación de pertenecer a una agrupación ilícita de carácter terrorista, vino a ser la expresión judicial de una cruzada política que hace tiempo venía operando en términos mediáticos.
Pero hoy como ayer existen varias tendencias y otros espacios de manifestación. Desde el 2012 se han realizado versiones anuales de la Feria del Libro y la Propaganda Anarquista en Santiago a la que han acudido miles de personas de todo el país. Y otras tantas jornadas libertarias se han desatado en el norte y en el sur. La proliferación y vida de espacios okupados y centros sociales, publicaciones, editoriales, la generación de encuentros y talleres, la exploración de áreas relacionadas con la salud, la ruralidad, la sexualidad, el muralismo, la música, la autoeducación, el cooperativismo, así como la misma participación en distintos conflictos sociales y ambientales locales ejemplifican un tanto esa notoria variedad en que se difumina y proyecta el quehacer ácrata. La mayoría de estos esfuerzos se manifiestan de forma autónoma entre sí. En ocasiones se coordinan para iniciativas de más envergadura tales como campañas anti-carcelarias, acciones de solidaridad, intercambio de experiencias o giras de propaganda.
Otra muy visible vertiente, heredera en parte de las llamadas tendencias neo-plataformistas, sin reivindicarse muchas veces como anarquista y utilizando el más amplio término “libertario” cumple ya una década de activo trabajo a nivel regional en sindicatos, centros de estudiantes, unidades muralistas, grupos feministas y otros espacios sociales y políticos. Una de sus organizaciones, el Frente de Estudiantes Libertarios, tiene presencia en varias federaciones universitarias del país.
Proyecciones
Muchos jóvenes tuvieron contacto con el anarquismo al calor de las movilizaciones estudiantiles de los últimos años. Quién sabe si la misma figuración –aún distorsionada- en la prensa de masas sirvió para difundir estas ideas. Ello, así como la propia consolidación del universo orgánico ácrata (grupos, lugares, publicaciones) han permitido la irrupción de nuevas generaciones. Todo atravesado con problemas típicos a los espacios y colectivos políticos (caudillos, auto-referencias, luchas de egos, intolerancias).
Hoy las expresiones del anarquismo son bien diversas y hasta excluyentes unas de otras y ciertamente son distintas a las que un día orientaron sus antecesores. No obstante perviven algunas ideas fuerza que caracterizan a este ideario y que en definitiva son las que de una u otra forma han ido aportando a los movimientos sociales chilenos. Porque aunque no sean conceptos exclusivos a ellos, pocos les han ido en zaga en la difusión y radicalización de las ideas de acción directa, autogestión, abstencionismo politizado, luchas anti-carcelarias y otras tantas reivindicaciones enmarcadas en el viaje hacia la completa autodeterminación.
Producto de algunos atentados explosivos, atribuidos en la prensa automáticamente a los anarquistas, nuevas medidas represivas se han aprobado en los últimos años. Es probable que esto siga ocurriendo y que las distintas tendencias libertarias continúen desplegando su variada actividad, tanto en sus circuitos como hacia el resto de la población. La historia, ellas y ellos mismos responderán finalmente si este peculiar contexto es moda o primavera.
Víctor Muñoz Cortés
Temuco, Primavera 2014.
ANARQUISMO EN CHILE
Una síntesis histórica desde 1890 hasta nuestros días
Víctor Muñoz Cortés
Primera Edición, Primavera 2014
Mar y Tierra Ediciones
Valparaíso-Temuco-Santiago
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